Después de haberlo sido todo en el Mundial de rallys, Carlos Sainz intenta, a los mandos de un Volkswagen diésel, ganar el duro Dakar.

--Seguro que está mucho más animado y convencido de sus posibilidades que el año pasado.

--Es mi segundo Dakar y el año pasado, aunque cometí errores de principiante, pude acabar la prueba y, por tanto, acumulé mis primeros kilómetros en el desierto. Ahora puedo decirlo: fui un osado al ir a correr a Africa sin haber corrido en el desierto. Ahora llevo ya un montón de kilómetros en el Dakar, Marruecos, Túnez y Dubai.

--El optimismo viene, supongo, de haber estado todo el año trabajando con el coche.

--El coche es cada vez mejor. Me haría una ilusión loca ser el primero piloto que consigue que un motor diésel, como el que equipa nuestro Touareg, gane el Dakar. Sería memorable, pero va a costar mucho. Esto no tiene nada que ver con un rally convencional. Tienes que conseguir que el coche corra, que no se rompa, que vaya bien en asfalto, en tierra, sobre piedras y en las dunas del desierto. Y todo eso con un mismo set, es decir, sin tocarlo mucho.

--¿Qué hay que hacer para intentar ganar el Dakar?

--Equivocarse lo menos posible. Tener suerte en momentos determinados de la carrera. No animarse más de la cuenta el día que no toca. Tener la cabeza fría en los momentos delicados. No sufrir problemas mecánicos el día que toca correr, porque hay un día en que te la juegas y ese día tiene que ser perfecto en todos los sentidos. Tener un buen copiloto, y yo lo tengo. Y, sobre todo, tener experiencia en este tipo de carrera, cosa que a mí aún me falta. Un mal día en el Dakar, solo uno, te arruina toda la temporada. Yo, pese a todo, sigo creyendo que no hay nada mejor que correr, que correr mucho. Prefiero acumular ventaja y administrarla que pasarme el día calculando. Como puede ver, se necesitan muchas cosas para ganar el Dakar. De ahí el valor de esta victoria.

--¿Qué le falta para ser favorito?

--Saber leer el desierto con inteligencia, acertar en la manera de afrontar determinadas zonas del desierto, intuir dónde está el peligro de las dunas más difíciles y retorcidas. Eso me falta. Cuando las etapas discurren por caminos, aunque sean pedregales, me desenvuelvo bien porque uso mis manos de piloto. Si se trata de correr, me defiendo, puede que nadie corra más que yo. Pero antes había cinco etapas de esas y este año solo hay dos.

--Es evidente que esta nueva experiencia no tiene nada que ver con los rallys a los que estaba acostumbrado.

--Es otro mundo, empezando por la convivencia. En el Dakar vivimos todos en las mismas condiciones, es muy divertido. En el Mundial de rallys puedes corregir los errores que cometes, tienes más posibilidades de recuperar en la clasificación porque tu coche va evolucionando a lo largo del año y tú puedes ir cambiando de estrategia dependiendo del tipo de rallys y superficie en la que corras. Aquí, no. Aquí un dia malo, como he dicho, te arruina la temporada. El Dakar es una carrera por eliminación.

--Cuando llega a Africa, ¿qué es lo que más encuentra a faltar?

--Una buena cama. No me acabo de acostumbrar a dormir en tienda de campaña, en saco de dormir. Pero forma parte del reto, así que me apunto el primero.

--¿El papel de su copiloto Michel Périn en el Dakar tiene algo que ver con el que desempeñaba su amigo Luis Moya en el Mundial de rallys?

--Puede que aquí la diferencia sea mucho más notable. En el Mundial, Luis y yo entrenábamos mucho, y en el momento de la carrera se trataba simplemente de releer las notas. Aquí no. Aquí estás en manos del copiloto, que se convierte de esta manera en tu lazarillo.