La ceremonia de apertura, elegante y cautivadora, grandilocuente sin empalago, fue el anuncio más eficaz de la historia: 4.000 millones de habitantes, dos de cada tres del mundo, recibieron el mensaje: China ha vuelto. El recorrido de sus 5.000 años empezó con los inventos de la pólvora, la brújula y la tinta, y terminó con astronautas descolgados del ultramoderno Estadio Olímpico, corolario de que no hay país de pasado más rico y futuro más prometedor que China. Los mayores que aún ven en Mao el inicio del camino olímpico debieron decepcionarse por la falta de referencias, pero las necesidades chinas van por otro lado.

Estos Juegos son más que el sello de modernidad que imprimieron a Barcelona y el reconocimiento a glorias pasadas que recibió Atenas. No son, desde luego, la legitimación global del Partido Comunista: por bien que salgan la empresa, seguirá siendo el Gobierno con peor prensa del mundo, silenciados sus logros y amplificadas sus vergüenzas. Son mucho más, la petición de ingreso en el mundo.

"UN MUNDO, UN SUEÑO" "Un mundo, un sueño", reza el lema olímpico chino. El sueño es la inevitable concesión cursi, pero en la referencia a "un mundo" radica el meollo. China abrió las ventanas hace 30 años, pero los futuros libros de Historia fijarán en el día de ayer el de su regreso a la comunidad global.

Aunque la memoria traicione, China ha sido tradicionalmente una potencia, cuna de poetas, inventores y audaces emigrantes. Perdió el tren de industrialización hace dos siglos por autocomplacencia, y de su debilidad se aprovecharon el colonialismo europeo y el imperialismo nipón. Desde entonces, su historia fue un cúmulo de desgracias sin comparación. El terremoto de Sichuan es el recordatorio.

A todas ha respondido el pueblo chino con olímpico espíritu de sacrificio, afán de superación y desmedido esfuerzo. China cuenta hoy con la fuerza del superviviente. "La respuesta del pueblo chino al terremoto nos dio aún más confianza", dijo ayer el presidente del BOCOG, Liu Qi, en la ceremonia de inauguración. Los recordatorios de Sichuan fueron constantes en los discursos, y un niño que sobrevivió al seísmo acompañó al abanderado chino, Yao Ming.

Hasta el momento, la respuesta al despegue chino ha sido descorazonadora. China recibe la desconfianza y el desprecio reservada al advenedizo que desprecia los plazos. La pasión china por el olimpismo es forzosamente nueva: durante los 10º JJOO de la era moderna, en Berlín 1936, China era un régimen feudal. Los chinos no han oído hablar de Abebe Bikila, el maratoniano descalzo que maravilló en Roma-60, porque entonces intentaban sobrevivir a la peor hambruna de la Historia moderna. Les son extrañas las siete medallas de oro de Mark Spitz en Múnich, metidos en la fase más cruda y desquiciante de la Revolución Cultural.

CRECIMIENTO China surgió de la nada y ocupará la cúspide económica en menos de 30 años, calculan los expertos. Sigue soldada a un crecimiento económico del 10 % mientras la recesión atenaza a EEUU. La disputa por las medallas hay que leerla en esa clave: la supremacía mundial, la pugna entre el poder declinante y el pujante. Pekín comprendió el simbolismo de ese relevo y dedicó decenas de miles de millones de euros al Programa 119, que potenciaba los deportes en los que flojeaba y apuntalaba los más exitosos. La consultora PriceWaterhouseCooper pronosticaba recientemente que esa batalla también la ganará China, y que los próximos años no harán más que agrandar la distancia con EE.UU.

El mundo ya no puede obviar a China. Su robusta economía inunda de productos el mundo. Conflictos como el norcoreano no se habrían solucionado sin Pekín, que tiene la llave en Myanmar y media Africa.

La realidad no es discutible: el futuro es chino. Ya no vale saber de los chinos que escupen y comen perro, desconocer que Chongqing es la ciudad más poblada del mundo, recitar el nombre de una quincena de estados de EEUU. e ignorar el de un par de provincias chinas, describir China simplemente como un país donde se violan derechos humanos. El mundo está urgido a cambiar el paso, porque China ha vuelto para quedarse.

Por otro lado, la inauguración desencadenó ayer una multitud de protestas. Una persona se inmoló frente a la embajada china en Ankara como protesta.