Una de las esencias del deporte es la competición. La competición nos hace superarnos, ya sea respecto a nuestros rivales, al cronómetro o a nosotros mismos. Por eso competir en nuestro circuito habitual o contra nuestros amigos en una pachanga puede estar bien, pero puede que no nos motive tanto. Por eso hay competiciones, del tipo que sea, en muchos lugares y de muchos niveles, para que los aficionados al deporte y practicantes puedan batirse el cobre en buena lid con jueces, árbitros, espectadores, a veces, y demás.

Todo esto hace que, en el mundo del deporte, sea muy habitual el tener que desplazarse para participar en competiciones. En mi caso, salvo algunas incursiones extranjeras, mi campo de juego suele ser el territorio español, casi en todo lo largo y ancho del mismo. Casi cada fin de semana nos toca hacer la maleta y recorrer nuestras carreteras en coche, tomar trenes, aviones o autobuses, para desplazarnos hasta las ciudades o pueblos donde competiremos y, por supuesto, volver.

En esta dinámica estamos casi todos y muchas veces no nos damos cuenta de lo que conllevan estos desplazamientos hasta que, en alguna ocasión, un trágico accidente se lleva por delante la vida de algún deportista, entrenador, árbitro o directivo.

Este fin de semana me he desplazado a Burgos para competir en una prueba en ruta, el Cross del Crucero, y la nieve hizo acto de presencia en Somosierra, tuvimos que poner las cadenas y conducir durante 60 kilómetros bajo un manto de nieve que hizo que un viaje de poco más de dos horas se convirtiera en una odisea de cinco horas. Ya sabéis en estas fechas, cuidado con la carretera, como dice la DGT, lo importante es volver, sino ¿cómo se van a celebrar la victorias?