En este fútbol moderno repleto de grupos empresariales, operaciones a tres bandas e intereses poco sentimentales, todavía quedan algunos reductos de amor puro a unos colores y de sufrimiento en carne viva por un escudo. Almendralejo sigue celebrando a día de hoy una permanencia histórica conquistada sólo por valientes, pero liderada por un hombre que jamás se ha rendido ante las adversidades, ni cuando éstas lo tenían tirado contra las cuerdas: Manuel Franganillo.

El presidente del Extremadura es, durante esta semana, una de las personas más felices del planeta. Lo viene evidenciando durante los últimos partidos de liga, derrapando adrenalina sobre el césped en cada desplazamiento del equipo. Pero toda la tensión quedó liberada de cuajo el pasado domingo, con el pitido final y una salvación que, como él mismo define, «es gloria bendita».

Plantilla, cuerpo técnico, directiva, familiares y colaboradores celebraron hasta altas horas de la madrugada la permanencia en Segunda B. Lo hicieron en una fiesta privada. La ocasión lo merecía. El culmen de la noche lo puso un emotivo discurso del presidente azulgrana, quien confesó haber sufrido muchísimo antes de la llegada del grupo Coinsa: «gracias a que conocí a un grupo de personas que ha hecho que esto fuera posible. Den un aplauso al grupo Coinsa por lo que han hecho en Almendralejo». Y fue más allá: «ha sido un apoyo masivo a todos los niveles. Han sabido ser entrañables y conectar con la gente de esta ciudad para devolverle el alma a un equipo que lo había perdido en sólo tres meses. La comunión que hemos tenido con la afición ha sido lo máximo», apuntó.

Cuatro meses antes, sólo una vuelta antes, regresaba la expedición del Extremadura de Sanlúcar de Barrameda tras un sonrojante 3-0 en contra y a siete puntos de la salvación. Con graves problemas de impago y un futuro con más sombras que luces, Franganillo se ató la manta a la cabeza en un nuevo gesto de valentía y declaró a este periódico: «habrá que sacarse un conejo de la chistera». Y el conejo salió. Recorrió miles de kilómetros al volante para buscar a un grupo de gente de fútbol que supiera ver el tesoro en forma de afición que escondía Almendralejo. Los encontró y les convenció. Hasta tal punto que ahora, el proyecto que se cocina, es decididamente para subir al fútbol profesional.

«Hemos cambiado la historia con esta remontada y hay que darle el valor que tiene a esta plantilla. Y, por supuesto, a este entrenador, que llegó aquí sin pedir nada y ha estado muy a la altura del equipo y las circunstancias», relataba en ese discurso el presidente.

Franganillo ha vuelto a dejar constancia de que, por encima de aciertos y errores, ha sido leal a un Extremadura que nunca ha querido dejar en la picota. Ahora que vienen buenos tiempos, o al menos todo lo que se cocina alrededor así lo indica, al presidente azulgrana no se le olvidan aquellas personas que estuvieron a su lado en los malos momentos. Tampoco quienes le han apoyado en esta nueva aventura. Tras acabar el partido, declaró a la televisión del club que quería mandar un fuerte abrazo a su tío Valentín, de Villarrobledo, y un amigo íntimo, Quique de Valencia.

El presidente acabó manteado sobre el césped del Francisco de la Hera por sus propios jugadores en un final de temporada que, hace unos meses, jamás habría imaginado. «Esto es mágico», gritaba exahusto ayer. La misma magia que la del conejo de la chistera.