Alucinaba Nicolas Sarkozy. El y su séquito eran los únicos que llevaban corbata en Le Grand Bornand, sede del desenlace de la tercera etapa alpina del Tour 2009. "Contador es fantástico", repetía el presidente francés. Había seguido la ruta del ciclista español, y por supuesto de los hermanos Schleck, Andy y Frank, en la carroza de Christian Prudhomme, el director de la prueba. No se había perdido detalle del día, de la jornada en la que Alberto Contador dio un paso de gigante y dejó el Tour al alcance de su mano.

Sabía perfectamente Contador quiénes, o mejor dicho, quién era su enemigo. Esa es la razón que le llevó a estar tan tranquilo y a hacer oídos sordos de las provocaciones de Lance Armstrong, que ayer fue expulsado del podio de París --siempre de forma provisional-- por los hermanos luxemburgueses.

Sorprendieron la firmeza y el poderío de Frank, el mayor, el ganador en Le Grand Bornand, con el permiso de Contador. Fue el perfecto escudero de su hermano, como trató de serlo Andreas Klöden de Contador. El ciclista alemán del Astana, que también quedó desplazado del podio de los Campos Elíseos, se mantuvo al lado de su líder hasta que lo invadió una pájara fenomenal, en plena ascensión a La Colombière, el último de los cinco puertos de la etapa reina, resuelta en un descenso, qué pena y qué peligroso, tras el ataque, corto y extraño, de Contador.

SASTRE, AL ATAQUE Porque ayer los Schleck fueron a por el podio. Conocedores de que era muy difícil tumbar a Contador, los niños de Luxemburgo tenían que aprovechar las pocas oportunidades que presta un Tour desacertado en su trazado y hasta contrario a fomentar el espectáculo. ¿Es que hay algún problema en buscar llegadas en alto? ¿Ocurre algo por programar en vez de tres, cuatro o hasta cinco metas en ascenso? Un día se abrirá la cabeza, y de verdad, un corredor en una bajada, sobre todo ayer, cuando la lluvia atormentó a los ciclistas en los primeros kilómetros. Suerte que el asfalto se secó con un sol bienaventurado, porque el descenso desde La Colombière hasta Le Grand Bornand podía haber sido de descalabro.

El festival de la etapa se inició a 37 kilómetros de meta, justo cuando comenzó la subida al penúltimo puerto, Romme, justo cuando Carlos Sastre, el último ganador en París, rompió con dos ataques la tranquilidad que reinaba en el pelotón de las figuras. Una situación del destino, tal vez, porque cuando Sastre demarró, la Unión Ciclista Internacional (UCI) envió un comunicado en el que informó que Danilo di Luca, segundo del Giro y ausente del Tour, eterno sospechoso de dopaje, había dado positivo por CERA (EPO de tecera generación) en la ronda italiana, circunstancia, siempre vergonzosa, que recompensa al ciclista abulense con el podio de Roma, otro más en su carrera.

Sastre sucumbió, porque a su estela los Schleck pasaron a la acción, siempre con Contador y con Armstrong cediendo segundos por detrás. Como el martes en el Pequeño San Bernardo, el americano reaccionó cuando ya era tarde, como un portero que apuesta por los palomitas, pero al menos con la suficiente energía como para descolgar a Bradley Wiggins, hasta ayer tercero, y que pasaba por ser el rival más peligroso para Contador en la contrarreloj de hoy alrededor del lago de Annecy.

ESTILO INDURAIN Contador actuó con inteligencia, aunque tal vez con el lapso del ataque, a lo mejor innecesario, en el ascenso a La Colombière, el más famoso y el último de los puertos de ayer. No le quedó buen sabor de boca al ciclista español. Sin pretenderlo, su demarraje cortó a Klöden, con quien mejor se lleva entre las estrellas de un Astana demasiado cargado de figuras.

Los últimos kilómetros sirvieron para definir el podio; el primero, Contador, contra el segundo y el tercero, Andy y Frank, ambos de apellido Schleck. Fue entonces cuando el corredor español decidió entrar en el túnel del tiempo y transformarse en Miguel Induráin. Como el navarro en sus buenos tiempos, Contador entendió que es mejor repartir y dejar para otros el premio de la etapa.