El Tour se puede ganar con sangre fría. La ronda francesa se puede plantear como si fuera una partida de ajedrez. Hay que pensar cada movimiento, no sea que dar una pedalada en falso conlleve a un error importante. Cuando uno está seguro de que va a ganar en París, y Alberto Contador lo está se puede actuar como si un inmenso iceberg, frío y helado, hubiese sustituido el cerebro. Hay tiempo. Lo hay.y mucho. Porque como siempre decía, hasta el día antes de la última etapa, el viejo campeón Joop Zoetemelk, "París todavía está muy lejos".

Contador es un corredor calculador. Es cierto que algunas veces se deja llevar. Pero difícilmente comete un error. Se le cuestionó hace una semana por responder a cada ataque durante la ascensión a Avoriaz y luego perder la chispa en el demarraje final de Andy Schleck, que lo recompensó con el jersey amarillo.

Aquel día, Contador no anduvo fino y con la táctica, más que demostrar que era un ciclista alocado, pretendió que Schleck creyese que andaba sobrado de fuerzas cuando la realidad era otra y así pensárselo dos veces a la hora de atacar.Y ayer más de lo mismo en la extraña situación que se originó a tres kilómetros de la meta de Ax-3-Domaines cuando el líder del Astana decidió pararse al comprobar que Schleck ni se soltaba ni tenía ninguna intención de atacar. A cinco kilómetros, Contador lanzó el primer demarraje. A cuatro, el segundo. A tres, se paró. Y a dos, después de contraatacar Denis Menchov y Samuel Sánchez fue cuando Schleck comprendió que debía colaborar a relevos con el madrileño no fuera caso que el ruso y el asturiano consiguieran algo mas que los 14 segundos obtenidos en la cumbre. Allí el francés Christophe Riblon, fugado y en solitario, se ganó la honra del pueblo francés. Schleck no quiso tomar ninguna iniciativa en la primera ruta por los Pirineos. Ninguna. Y las oportunidades se le acaban.

LA CONTRARRELOJ FINAL / Contador sabe que tiene tiempo y una contrarreloj aliada a un día de París. Ha ganado dos veces el Tour. Ha aprendido de Lance Armstrong. Ayer no era un día para malgastar fuerzas si nadie decidía moverse o imponer un ritmo frenético en la ascensión a Pailhères, el gran puerto de la etapa, que se subió más al son de un tren convencional que de uno de alta velocidad. "La subida no era para marcar grandes diferencias. Ya vendrán otros días más apropiados", justificó después Contador.

El panorama habría cambiado si Schleck, ayer, hubiese dado el brazo a torcer. Contador quería el amarillo. Pero no deseaba la prenda a toda costa. "Ha sido una guerra psicológica entre nosotros dos. El no se va contento porque quería el amarillo", respondió Schleck. Contador no estaba triste, sino más bien expectante. ¿Quién dejó pasar la oportunidad? El madrileño, seguro que no. Con su actitud, además, provocó el lucimiento de un bravo corredor como es Samuel Sánchez.