Alberto Contador se ganó ayer el derecho a que le dejen en paz, el derecho a vivir en paz, como la canción de Víctor Jara, porque no merece que ningún otro cañón arroje la pólvora sobre su arrozal. Contador, contra viento y marea, contra los elementos, contra las telecomunicaciones, contra todo, como si se quisiera boicotear su presumible victoria en París, se convirtió ayer en el primer ciclista español que ganaba una contrarreloj vestido con el maillot amarillo desde 1995. Contador ejerció ayer de Miguel Induráin. Y lo hizo con el mismo brillo, esplendor y poderío que el magnífico pentacampeón navarro.

Fue una victoria a ciegas. El, contra todos. El, contra Armstrong y sus aliados. El, demostrando día a día que es el mejor, que no hay nadie que le haga sombra, ni subiendo, ni bajando, ni siquiera en el arte de la contrarreloj, que este año ha mejorado de una forma exquisita. Ayer --y para él no era un tema menor, porque tenía clavada la espina de los Juegos Olímpicos de Pekín--, hasta se sintió orgulloso de derrotar a Fabian Cancellara, segundo a solo tres segundos, la bestia suiza que casi le roba, de forma totalmente deportiva, la satisfacción de la victoria de etapa con una segunda parte de la contrarreloj realmente impresionante. "Ya estaba cansado de perder siempre las contrarrelojes con Cancellara en las bajadas. Me había mentalizado para ganarle".

SIN BRUYNEEL Y a ciegas corrió porque Johan Bruyneel, el mánager del Astana, el patrón del equipo, la persona que siempre le había aconsejado en las contrarrelojes, la última vez en Montecarlo, con Fernando Alonso en el coche, prefirió ir tras la estela de su corredor preferido, de su amigo Lance Armstrong, que solo pudo ser 16º de la etapa, a años luz de su época de gloria. Contador le humilló, pero el madrileño, lejos de decir nada o de exhibir una sonrisa irónica, lo llevó por dentro, en silencio, satisfecho. Armstrong, sin embargo, se volvió a situar en el podio, porque Frank Schleck es horroroso sobre una cabra de contrarreloj. Distinta, sin embargo, puede ser la situación mañana, en una subida al Mont Ventoux que puede ser de fiesta y disfrute para Alberto Contador, vistos los 4.11 minutos de ventaja sobre Andy Schleck y con el tejano a más de 5 minutos, aunque seguramente más preocupado de defender el podio de París que de echar una mano a su líder.

Y a ciegas, porque parece que todo lo que toca el Astana se rompe o se estropea, a la hora de agilizar y aplanar la ruta triunfal de Contador hacia París. Porque a ciegas tuvo que hacer 25 de los 40 kilómetros de la contrarreloj alrededor del precioso lago de Annecy. De repente, el jersey amarillo se encontró con la traición del pinganillo, el mismo aparato que prohibieron hace unos días los mentores del Tour. Se estropeó la comunicación entre el ciclista y Allain Gallopin, el ayudante de Bruyneel, que conducía el coche del conjunto kazajo. Contador debió realizar la parte más trascendental de la etapa sin saber qué tiempo hacía, ni el que llevaban sus rivales, ni siquiera para apretar un poco más en el tramo final ante el peligro de Cancellara.

Como siempre hizo Induráin --cómo se echa en falta un comentario del campeón navarro en defensa del vía crucis de Contador--, el jersey amarillo marcó los mejores tiempos en las referencias de paso oficiales que instaló la dirección del Tour. Levantar un instante la vista hacia los marcadores era lo único que le sirvió para testificar que era el mejor de la crono, que estaba pulverizando otra vez a sus rivales y, sobre todo, humillando a Armstrong, el mismo que el domingo le puede quitar protagonismo mediático si finalmente comparte podio en los Campos Elíseos de París.

Carlos Sastre, agotado por el Giro --ayer perdió casi cuatro minutos-- y cabreado por haberse perdido la gloria del podio de Roma por culpa de otro inconsciente llamado Danilo di Luca.