El Real Madrid conquistó su decimonoveno título de Copa del Rey tras derrotar 2-1 al Barcelona en Mestalla con claves como el cambio táctico de Carlo Ancelotti, la unión del equipo sin su líder Cristiano Ronaldo, el paso al frente de Isco, las exhibiciones de Di María y Gareth Bale y el ángel de Iker Casillas.

Cuando parecía que las cartas estaban sobre la mesa en los pulsos entre Ancelotti y el 'Tata' Martino, el técnico madridista sorprendió con un movimiento inesperado y una perfecta lectura del partido. Apostó por Isco Alarcón de entrada, en un mensaje que ya mostraba valentía, pero la sorpresa fue el paso del habitual 4-3-3 a un 4-4-2 con dos líneas juntas que apenas dejaron hueco en defensa, evitaron pases de peligro, la búsqueda de un punto débil del Barcelona atacando con velocidad a sus laterales y aumentando la presencia de delanteros con el paso de Bale a segunda punta para sacar rentabilidad de la zona más mermada del rival por las bajas. El orden y la entrega máxima fueron las primeras piedras en la construcción del triunfo.

Bale, Isco y Casillas

Ante la ausencia de Cristiano Ronaldo para ganar el Real Madrid necesitaba un futbolista que pusiese el gol en los momentos decisivos. Bale asumió que por el alto precio que pagaron por su traspaso debía asumir la responsabilidad. Sintió que era un gran día en el que estaba obligado a mostrar su mejor nivel. En todo momento lideró el ataque. Fue el jugador que más remató a la portería de Pinto. Tenían orden de disparar al portero hasta que encontró el premio deseado en una exhibición de sus virtudes. Su carrera de 58 metros en 8 segundos fue imposible de frenar para Bartra.

Isco mostró tanto descaro en el inicio de temporada que su lenta desaparición de los equipos de Ancelotti bajo el argumento de un esquema en el que no tenía cabida, sorprendió. De golpe, el futbolista que cambiaba el sentido del ataque con su magia y que explotaba como nunca su llegada a gol, debía reinventarse para dar más en defensa o no podría jugar. En el 4-3-3 su nueva ubicación sería en el centro del campo y ahí el sacrificio necesario es mayor. En la final demostró que los buenos jugadores se adaptan a todo. Jugó en banda, brilló en cada acción ofensiva y realizó un gran trabajo defensivo. Dio al paso al frente que se necesitaba.

El sistema de ayudas defensivas del Real Madrid fue para poner en vídeo en las escuelas de fútbol. Los momentos de sufrimiento llegaron por su banda derecha pero la forma de sacar a relucir la peor cara de Leo Messi muestra la compenetración perfecta de Pepe y Sergio Ramos, la importancia de frenar un estilo y que el único gol del Barça llegase a balón parado se explica por el sacrificio de Xabi Alonso cuando no tuvo el balón, el desgaste de Di María y las ayudas de Isco y Bale.

Iker Casillas ha ganado nueve finales de las doce disputadas en su carrera. Son esos días donde rescata una de sus paradas salvadoras, que en Mestalla no tuvo oportunidad de hacer, o su eterna alianza con los postes. Cuando el espectáculo se cerraba, Neymar le encaró, se encontró huecos tapados por Casillas y su disparo se estrelló en la madera. Iker ha disfrutado como nunca de la Copa: solo encajó un tanto en nueve partidos. Por su situación y la rotación de competiciones con Diego López, los títulos ahora tienen un sabor especial para él.

Ciclo enterrado

Mientras, tras sumar dieciséis títulos en las últimas seis temporadas, el Barcelona enterró definitivamente su ciclo triunfal en Valencia, en una final que debía ser el epílogo de un equipo de ensueño pero que acabó de la peor forma con la época más gloriosa de la historia del club. Además, Alba y Neymar se perderán lo que queda de temporada por lesión.

El Barcelona volvió a apagarse a la sombra de un Messi que ha languidecido en los últimos tres partidos de forma alarmante, justo cuando más lo necesitaba el equipo. El crack de Rosario, el hombre que le había hecho 21 goles en 23 partidos al Real Madrid, el jugador que había marcado en nueve de las once finales disputadas por los azulgranas, el extraterrestre que había sumado una quincena de goles en todas ellas, volvió a estar fuera de foco. Apenas dos disparos desviados en noventa minutos, en otro partido en el que el Barça volvió a evidenciar que ha dejado de ser un equipo agresivo, con hambre y tremendamente competitivo.

Aquel fútbol de posición, velocidad y precisión matemática ya es historia. Aquella presión asfixiante en la línea de tres cuartos del campo contrario y aquel ansia por recuperar el balón y jugarlo a uno o dos toques mirando siempre al arco rival forman parte del recuerdo. Fue un Barcelona partido en dos, donde una vez más, un Sergio Busquets exhausto tuvo que apagar uno y mil fuegos para evitar el sonrojo de algunos de sus compañeros.

Salió temeroso, inseguro, poco convencido de que la podía ganar. Sin ideas para desbordar al rival, con los imprecisos e intrascendentes centros de Alves como único recurso ofensivo y desangrándose gota a gota cada vez que el Madrid robaba una balón y salía disparado a por la meta de Pinto.