Un pollo desencadenó la crisis. El USOC (siglas inglesas del Comité Olímpico de Estados Unidos) se topó en un supermercado chino con media pechuga de pollo de 35 centímetros. "Suficiente para alimentar a una familia de ocho", aclaró un funcionario en The New York Times . Los análisis llegaron a la conclusión que la vianda estaba tan atiborrada de esteroides que sin lugar a dudas habría dado positivo cualquier atleta que la hubiera probado.

Con ese temor, Estados Unidos anunció recientemente que traería la comida de casa: más de 11 toneladas de proteína sin grasa para sus 600 atletas, un cargamento que llegará en barco dos meses antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos. El plan gastronómico prevé también contratar suministradores y cocineros propios, al margen de la organización.

La decisión del equipo norteamericano llegaba poco después de que Australia aportara información precisa a sus deportistas sobre qué podían y qué no podían comer. Además de esteroides, algunos alimentos en China muestran restos de insecticidas y drogas para el engorde del ganado.

Armonía en peligro

Ante esta situación, China reaccionó con prestancia asegurando que no había nada que temer y recordó que, como es norma olímpica, está prohibida en la villa la entrada de comida externa por razones de seguridad, y las bebidas, por compromisos con los patrocinadores.

Así que, de persistir en su decisión, los estadounidenses romperían la armonía olímpica. "Hemos luchado duro para que todos los atletas del mundo puedan comer juntos y disfrutar. Si Estados Unidos no quiere hacerlo, será una pena. Habrá comida variada y segura para todos", dijo Kang Yi, máxima responsable del cátering olímpico.

La polvareda obligó al USOC a desdecirse la semana pasada, mostrar su fe inquebrantable en la seguridad alimentaria olímpica y anunciar que sus atletas comerán en la villa olímpica. No obstante, mantiene los planes de embarcar alimentos, pero estos serán en su mayoría para el personal sin derecho a entrar en la ciudad de los atletas.

El asunto llega cuando aún colea el escándalo de las decenas de japoneses intoxicados por empanadillas congeladas chinas, el último de una retahíla de casos de alimentos adulterados y en mal estado. China sufre crisis alimentarias periódicas, propias de un país en vías desarrollo y aún esforzado en llenar el plato a 1.300 millones de habitantes. Los problemas suelen estar relacionados con esa prioridad, aderezada con la mezquindad de algunos productores. El país asiático prohíbe el clenbuterol, un esteroide que hiperdesarrolla el músculo, aunque su uso es habitual. Es por eso que los chinos ven cómo normal e incluso plausible que una media pechuga de pollo llegue a los 35 centímetros.

Pero las crisis se suelen concentrar en las clases más bajas y desprotegidas, por las mismas razones que el aceite de colza en España no mató a ningún rico. Es poco probable que China se deje arruinar sus JJOO, asumidos como una puesta de largo internacional, por un asunto menos complejo que la contaminación o las previsibles campañas tibetanas, taiwanesas o de Falun Gong.

La polémica de estos días ha generado un control alimentario puntilloso y sin precedentes que debería ser suficiente para evitar disgustos a los 10.000 atletas, a los que hay que sumar los entrenadores y demás personal que comerán en la villa.

Cadena vigilada

China desarrolla desde hace tres años un sistema de vigilancia y seguimiento en toda la cadena, desde el pienso del ganado hasta la mesa. Los alimentos se compran a suministradores selectos, están envueltos en envases imposibles de manipular y son entregados en camiones con GPS. Los almacenes y las cocinas, además, cuentan con alarmas y videocámaras activas durante las 24 horas, mientras que un laboratorio con personal en bata analiza 100.000 pruebas anuales de 60 clases de alimentos. El tiempo de reacción ante una alarma por comida en mal estado sería menor de media hora. La leche, el alcohol, las ensaladas, el arroz, la sal y las bebidas serán catadas por ratones un día antes de servirse.

Las medidas exceden en mucho los parámetros sanitarios internacionales y en muchísimo los que sufren los chinos. En ese contexto, cualquier duda o queja de los atletas suena histérica, egoísta e indocumentada. Para defender la seguridad de los alimentos olímpicos durante alguna de las crisis alimentarias desatadas, un proveedor chino desveló públicamente que el ganado se criaba en unas granjas especiales.

Hubo oprobio e indignación entre los habitantes, menospreciados en su propio país. Se sospecha que el desmentido inmediato únicamente pretendía acallarlos.