Ninguno de los dos se rinde. Hoy se sabrá si Lance Armstrong gana su quinto Tour consecutivo e iguala la marca de Induráin. Pero puede que se produzca un estruendo. Porque seguro que será como una explosión.

¿Y si gana Jan Ullrich por unos segundos de diferencia? Es el gran duelo en las calles de Nantes, bajo la lluvia, si se cumplen las previsiones metereológicas. Hasta en esto tiene mala suerte el ciclista alemán. Quería sol y calor. Y tendrá agua y ambiente fresco. Todo está en su contra. Pero todo estaba también en contra de Greg Lemond, en 1989. Y ganó el Tour de aquella edición.

Cuenta la leyenda de la prueba que Cyrille Guimard, el director de Fignon, obsequió con champán a sus pupilos en el viaje que condujo a los ciclistas a Versalles. Allí empezaba la contrarreloj final del Tour de 1989. Acababa en París. Fignon llevaba 50 segundos de ventaja al estadounidense. Lemond le batió por 58 y ganó el Tour por sólo ocho segundos, la mínima diferencia jamás alcanzada. Es la historia de un Tour centenario. Es el precedente.

Armstrong aventaja a Ullrich en 1.05 minutos. Ayer, ambos ciclistas animaron los primeros kilómetros de etapa. Ullrich atacó en un esprint intermedio bonificado. Armstrong arrancó a su rueda. Ambos puntuaron. Ullrich le arañó dos segundos. "Sólo ha sido una anécdota. Por dos segundos ni se gana, ni se pierde un Tour", comentó Armstrong en la meta.

Armstrong jamás ha perdido la contrarreloj final en sus cuatro victorias. "¿Por qué iba a hacerlo ahora?", se preguntó ayer el tejano. ¿Qué razón hay para desconfiar de él? Sólo el hecho de que Ullrich le aventajó en 1.36 minutos en la anterior contrarreloj. Pero aquel día había casi 40 grados y Armstrong sufrió. Llegó con la boca blanca y la lengua seca.

Tiene un minuto de renta y 49 kilómetros para administrarlo y con la ventaja de partir detrás de Ullrich. "Creo que es posible sacarle un minuto. Si lo hice en la primera contrarreloj, ahora puedo repetirlo", prometió Ullrich. Es la prueba evidente de la confianza de la pareja. Es el hecho para que hoy se viva la contrarreloj final más apasionante de los últimos 14 años.

ULLRICH Y EL VIENTO

Si el agua, la humedad y la sensación de frío se convierten en fieles aliados de Armstrong, sólo hay un elemento favorable al alemán: el viento. Se anuncian ráfagas de hasta 70 kilómetros por hora. Y Ullrich quiere que este viento sople de cara, que frene a los ciclistas, porque confía en su potencial para superar esta adversidad y dar la gran campanada a las puertas de París. Y, mientras empieza a llover, ambos sueñan con un jersey amarillo que sólo uno podrá lucir mañana en las avenidas de los Campos Elíseos.

Pocos son los directores, Unzué (Banesto) y Belda (Kelme) son la excepción, que apuestan por el alemán. Impera la sensación de que Ullrich perdió el Tour en el Tourmalet.