Puede que lo volvamos a ver. O puede que no. Puede que ni siquiera él se atreva a protagonizar, de nuevo, una gesta tan heroica como la de ayer cuando se encaramó al podio del Gran Premio de Malaisia herido, ensangrentado, cosido, fracturado, torturado, sudoroso, fatigado, dolorido, exhausto.

Era evidente que si alguien podía hacerlo era él, Dani Pedrosa, un muchachito que ni siquiera ha cumplido los 20, capaz de ganar tres mundiales seguidos, de superar dos graves lesiones en ambos tobillos y terminar coronándose rey de dos y medio en su primer año, capaz de ganar su primera carrera en el cuarto de litro, capaz de ser el más joven en todo. Pedrosa está hecho de la pasta con la que se hace los sueños y ayer lo demostró en Sepang.

DECISION ARRIESGADA Dos horas después de que Alvaro Bautista (Aprilia, 125cc) se colocase, tras otro de sus paseos magistrales en la pequeña cilindrada, a un solo punto de su primer título mundial --es decir, tiene suficiente acabando el domingo en Phillip Island (Australia) entre los 15 primeros-- y poco antes de que Jorge Lorenzo (Aprilia, 250cc) concluyera su séptima exhibición de la temporada (Jerez, Qatar, Mugello, Assen, Donington, Brno y Sepang), Dani Pedrosa entró, como un torbellino en su box y le dijo al oído a Alberto Puig: "Voy a correr; que me pinche el doctor".

Hasta aquel momento, todo el paddock sabía que Pedrosa, revelación del campeonato, rookie de la temporada, temor de los campeones, príncipe de Honda, líder de una nueva generación de pilotos que se atreven con todo y con todos, no iba a correr el primero de los tres grandes premios consecutivos que pueden decidir --o casi-- el título más prestigioso. A partir de aquel momento, cuando vieron a Pedrosa cojear hacia la clínica móvil del circuito de Sepang sospecharon que la victoria y el podio subiría de precio. Como así fue.

Descontado el título de 125cc --en poder de un arrollador Bautista, al que ayer tampoco pudo dar réplica el bueno de Mika Kallio (KTM)-- y confirmado que Lorenzo ha cambiado su chip tremendista por la calculadora para apropiarse, más tarde que temprano, de su primer cetro mundial de 250cc (el año que viene intentará repetir), el campeonato de MotoGP ha pasado a ser ya cosa de tres: Nicky Hayden (214 puntos), Dani Pedrosa (192) y, cómo no, Valentino Rossi (188). Pedrosa sabía que no correr en Sepang le impedía comprar su billete hacia la gloria y, por tanto, aunque fuese supurando sangre y mordiéndose los labios, decidió correr, admirar al mundo y conquistar el octavo podio en 13 grandes premios en su primera temporada entre los reyes.

SALIDA PORTENTOSA Su equipo le preparó la moto ideal, una máquina surgida más de la imaginación y eficacia de su gente que del tacto de Pedrosa, ya que entre viernes y sábado apenas había dado 30 vueltas al trazado de Sepang. Así que, como siempre, Dani se fió de los suyos, convencido de que aquel corcel de acero que habían puesto en sus manos era lo suficientemente bueno como para intentarlo. Pero no solo le dieron un buen caballo ganador, también le subieron a él, ofreciéndole un taburete de madera para que, sobre la misma parrilla de salida, el tricampeón se subiese a la moto. El, por sí solo, no podía dar un paso.

La primera línea estaba compuesta, casi por sorteo, por Rossi, Capirossi y Hayden. Y entre todos ellos se coló, de forma magistral, aguerrida y atrevida, Pedrosa. Nada más apagarse el semáforo, el hijo del viento salió volando. El mundo se convirtió en un grito único de admiración. El herido había resucitado. Cosido, golpeado, magullado, Pedrosa salió disparado cual flecha de Gladiator al grito de "¡fuerza y honor!" en pos del escándalo, del podio más sufrido de su carrera y de muchas carreras.

Mientras se disputaba la prueba de 125cc, se anunció que Pedrosa no correría. Mediada la carrera de 250cc, Dani se presentó en su box y le dijo a Puig: "Voy a correr, dile al doctor que prepare el calmante". Dicho y hecho. Los pilotos se llevaron una gran sorpresa cuando vieron aparecer a Dani en la parrilla y a Jordi Prades, su mecánico de toda la vida, con un taburete de madera para ayudarle a subirse a la Honda.

VIRTUOSO ROSSI La carrera, que conste, tuvo en el Doctor a un virtuoso vencedor, aunque luego lo estropearía todo en el podio con un gesto indigno de un heptacampeón al mofarse, a su manera, graciosa e inofensivamente, según él, de su ya máximo rival: apareció en el podio con una silla que, en lugar de ofrecérsela a un Pedrosa que no podía sostenerse en pie, la utilizó para sentarse en plan monarca. Lo que es: un rey caprichoso, maleducado.

El magnífico pulso entre Rossi y Capirossi, que acabaría sucumbiendo al empuje del campeón, concedió aún más valor a la gesta de Pedrosa, cuyo bronce le mantiene, no vivo, sino como claro favorito para arrebatarle la corona al soberbio Rossi y dejar boquiabierto al mundo.