Me encanta el debate que se genera sobre los comportamientos de directivos, técnicos, jugadores y padres en las competiciones extremeñas del deporte de base. Me gusta, y mucho, que la gente opine y discrepe sobre diferentes aspectos del juego. Incluso que haya quien nos lleve la contraria a los que tenemos la suerte de poder disponer para ello de un medio escrito, como es mi caso. Recuerdo, por cierto, que las hemerotecas no mienten, y que siempre he mantenido la misma postura sobre la cuestión.

Voy a subrayar una palabra antes mencionada. Y es que también el deporte de base es un juego. Por más que lo he repetido durante los últimos diez días, hay quien no entiende que, en mi caso, lo que duele es la falta de respeto ante las diferentes opiniones. Oiga usted, que discutir es siempre un ejercicio sano y que, afortunamente, el pensamiento único pertenece a otra época, desde luego mucho más caústica.

Insisto en que, en el caso del baloncesto, me desagrada profundamente ver cómo determinados equipos hacen presión desde línea de fondo. Algo tan simple como eso. Esto está muy bien, bajo mi punto de vista, cuando hay competencia de verdad. No tanto cuando el desequilibrio físico y técnico es brutal entre los dos conjuntos. Incluso me da igual el asunto del resultado, como también he reiterado hasta la saciedad.

Que alguien haga algo, sugiero. Espectáculos como los que se ven cada fin de semana en el deporte de base extremeño con un equipo sometiendo a otro por su muy superior poderío físico no creo que vengan bien a nadie. El deporte es un juego, sobre todo en edad escolar, no un cuadrilátero donde uno se ensaña despiadadamente contra otro.

Respetemos. Hay que saber perder, pero también ganar. Y, en este asunto, lo importante es escuchar. Incluso a los que piensan distinto.