Coleccionaba, al menos hasta hace seis años, cuando fue técnico del Cacereño, los escudos de los equipos más recónditos y modestos. "Ya tengo el de Las Trescientas, el del San Blas y otros muchos, pero ¿no me podéis conseguir más?", preguntaba en Cáceres. Y es que Carlos Orúe (Jerez, 9-3-52) es, ante todo, un enamorado de su profesión, el fútbol, pasión que vive tanto que roza lo enfermizo.

El entrenador del Xerez vuelve hoy para jugar mañana a una ciudad cuyos ambientes futbolísticos han respetado como a casi nadie. Muchos hubieran apostado por él cuando completó en el 99 una media temporada excelente y salvó al equipo del descenso. Pero Orúe era mucho entrenador para tan poco proyecto.

La trayectoria de Orúe es inversamente proporcional a su reconocimiento en lo más alto del fútbol español: nunca ha liderado un proyecto con aspiraciones claras a subir a Primera o, por supuesto, en la propia élite de la élite. Sin embargo, su hoja de servicios en equipos nada lujosos es extraordinaria: subió a Xerez hace diez años a Segunda, intercaló liguillas de ascenso como en Ceuta y, sobre todo, dejó una impronta de seriedad en cada uno de los clubs por los que ha pasado, el último el del Ciudad de Murcia, al que subió a Segunda, contra pronóstico, hace cuatro meses.

En su día superó un cáncer. Desde ahí, reconoce a sus íntimos, cambió su concepción de la vida... pero no del fútbol, deporte que ve como nadie. Y él, aún, riéndose de quien le tacha de defensivo.