La incorporación de Casemiro en el once tipo del Madrid ha logrado estabilizar al conjunto de Zidane, amparado en el centrocampista brasileño para emprender, en Milán, el intento de conquista de la undécima Liga de Campeones.

Fue Casemiro una petición de Benítez, el técnico que arrancó el curso y la nueva etapa de la primera plantilla madridista después de un año en blanco. Había llegado al Bernabéu dos temporadas antes. Aunque su destino inicial fue el Castilla. Asomó con cuentagotas por el primer equipo y el pasado curso fue cedido al Oporto.

Destacó en Portugal. Por su físico solvente y su potencia. Disciplinado tácticamente, ofrecía un gran despliegue energético auxiliado por el talento natural que de serie acompaña a los jugadores brasileños.

Benítez no dudó y quiso al centrocampista de contención en su plantel. En medio de tanta clase, Casemiro multiplicaba sus esfuerzos y compensaba los kilómetros sin recorrer de alguno de sus compañeros.

Trabajador incansable

Nunca gozó el volante sudamericano de la confianza absoluta. De la condición de titular. A pesar de que el equipo daba la sensación de desarmarse en los partidos de altura de los que apenas participaba. La repercusión de una plantilla plagada de futbolistas de renombre limitaba el espacio para jugadores de perfil aparentemente más bajo, relegados a la condición de secundarios.

Casemiro quedó relegado en cuanto Zidane asumió el timón de un barco sin rumbo. Pregonaba el francés el gusto por la exquisitez sobre el césped. Por el toque. Por acaparar la pelota. Sin embargo, en más de una sala de prensa el incipiente preparador galo reclamó esfuerzo sin balón. Trabajo.

Llegó Zizou y apostó por James y por Isco para acompañar a Kroos y a Modric. Mantuvo el tipo, con más dificultades de las necesarias, con equipos menores. Hasta que se estrelló con el Atlético en el Santiago Bernabéu.

Las urgencias del Madrid, sin Copa, distanciado de la Liga y con un panorama incierto en la Liga de Campeones, llevó a Zidane a contemplar otras opciones. A asumir las necesidades de un equipo inestable. Poco fiable. Y recuperó a Casemiro.

En una entidad que ha contado en los últimos años con una variada y excesiva gama de jugadores de contención en el mediocampo, con hombres como el ghanés Michael Essien, Lass Diarra, Xabi Alonso, Illarramendi, Sami Khedira, completados con el canterano Jesé o el apresurado fichaje del brasileño Lucas Silva, en los tres últimos años, el perfil del jugador-ancla había prácticamente desaparecido en un club que no repara en gastos para refuerzos. Los defensas Pepe o Sergio Ramos llegaron a ejercer en esa posición. Nunca con éxito.

Ninguno de estos está ya y Casemiro se ha hecho casi imprescindible. El rendimiento ofrecido y la estabilidad lograda con su inclusión en el once ha disipado cualquier discusión. No hay espacio, salvo por baja, para jugadores reputados como James o Isco. Y el brasileño es tratado por mimo una vez reconocida su relevancia.

Casemiro cerrará el curso el sábado en Milán con 34 partidos a sus espaldas. 22 en la Liga, el único de la Copa que disputó el club, en Cádiz, y once, incluida la final, en Europa. Guarismos considerables. Cifras que empiezan a ser relevantes en un futbolista que se ha hecho fundamental. Que garantiza trabajo, esfuerzo, equilibrio y batalla. Como la que le espera en Milán.