Había pasado casi un año, a pocos gustaba su copete de pelo sobre la frente, pero, firme en su superstición, Ronaldo acudió al amuleto que tan bien le marchó en el Mundial 2002 y, como en Yokohama, no le pudo ir mejor.

A su madre no le parecía bonito, a Jorge Valdano, director deportivo madridista, tampoco, según reconoció antes del partido. Pero ese semicírculo fue como un aditamento con el que el brasileño liquidó al Athletic y le dio al Real Madrid la Liga.

Para más orgullo personal, Ronaldo cumplió con uno de sus sueños: ganar un campeonato liguero, algo que no había logrado.