Veinte años después de la primera temporada de la ciudad en la Liga ACB, las cosas ya no son como antes. Los sarcasmos del tiempo y el espacio sitúan al Cáceres --que ni siquiera es aquel Cáceres CB que subió a la máxima categoría-- en la segunda división del baloncesto nacional desde hace cinco temporadas. Y esta será la más modesta de todas ellas, encarnada por una plantilla joven, modesta, barata, sin grandes aspiraciones. Pero --y ya se sabe que el 'pero' hace que lo anterior carezca de importancia-- con hambre, ansia por abrirse camino, por sorprender.

La campaña arranca el viernes en Melilla, justo donde hace cuatro meses acabó la anterior aventura. Con la piel totalmente mudada --solamente un jugador sigue de aquella plantilla, Pedro Robles-- la apuesta es inequívoca por jugadores con mucho margen de mejora y ganas de hacerse un nombre. Incluso en esa línea está Carlos Frade, en las antípodas de su antecesor, Gustavo Aranzana, en currículum y metodología, aunque no tanto en discurso. El miedo no entra en sus respectivos diccionarios.

Frade, transgresor con aspecto de oficinista, ha apostado por algo que es el abecé del baloncesto en categorías inferiores, defender de forma presionante en toda la cancha, pero bastante tabú si se trata de profesionales. Una táctica de riesgo porque, si se supera la primera línea de presión es bastante probable sufrir una canasta fácil, pero que pretende desgastar al adversario. Para que todo salga bien se necesita un ejército fanático de jugadores con buenas piernas y máxima concentración. Ahí estará el éxito o fracaso del proyecto de esta temporada de vacas flacas . En una LEB Oro aparentemente deteriorada, que ha pasado de 18 a 14 socios, todo es impredecible: entrar en los playoffs por el ascenso estará, para un buen número de clubs, bastante cerca a verse implicado en los playout . Y, como cuando uno tiene mucho hambre, nada puede descartarse si se trata de llenar el estómago.