Cuando Andrés para los suyos, Andrew para Puyol, o Andresín para otros rotulaba esas cinco palabras con trazo fuerte sobre una camiseta blanca estaba rotulando la historia de su vida. Cuando Andrés escribía con energía ese mensaje que luego impactaría al mundo, veía desfilar las imágenes de unos tormentosos meses de los cuales no se sabe aún todo lo que pasó realmente. Si acaso, lo que el rostro de Andrés ha dejado ver. Que es mucho, pero no todo.

En la intimidad de su habitación, y mientras España se excitaba con la posibilidad de entrar en la eternidad, estaba Andrés con un rotulador azul trazando el nombre de un amigo, imaginando que el fútbol le devolvía todo lo que le había quitado.

Todo eso ocurría tras haber soportado un año terrorífico, justo cuando debía ser el mejor de su vida. Andrés, el niño de Fuentealbilla (Albacete) que devoraba los bocadillos de chorizo mientras su padre conducía camino de la capital manchega para entrenar, tuvo tiempo de marcar muy bien las letras. No era un mensaje al uso. Ni siquiera recurrió a un amigo para que le tatuara en esa camiseta sin mangas ese emotivo mensaje. El, su mano derecha y su alma condensada en solo cinco palabras.

Mensaje de todos

"Dani Jarque. Siempre con nosotros". Obsérvese que Andrés no hizo suyo el mensaje. Lo extendió a todos. El nombre de un amigo al que quería honrar un año después de su trágico fallecimiento, y todos reunidos en el pecho de Iniesta para rendirle homenaje. Pero él jamás se apropió de su memoria.

"Me considero una persona cercana, sin secretos y natural. Así me ven los de casa. Y así espero que me recuerden todos", empieza él mismo escribiendo, también de su puño y letra, el prólogo de su autobiografía Andrés Iniesta, un año en el paraíso, mi diario del triplete, editado en el verano del 2009. "Quiero pasar a la historia como un gran jugador de fútbol, pero, sobre todo, como una buena persona. El fútbol pasa, las personas perduran", proseguía luego en una cita que sería profética.

Haga lo que haga, con 26 años, Andrés ya ha pasado a la historia. Por su fútbol. Mágico, eléctrico, imaginativo y, especialmente, lúcido. Por su bondad. Es, como diría él, una buena persona. Es y se comporta como una buena persona. Por su sencillez. No presume de ser quien es, uno de los cinco mejores jugadores del mundo, según el reconocimiento que le tributó la FIFA el pasado mes de diciembre, ni tampoco se comporta como si fuera una estrella planetaria. Que lo es. Y ya lo era antes de su gol de Johanesburgo, antes de que mirara por si estaba en fuera de juego --no, no lo estaba--,