Día gris. De viejos recuerdos. De añoranzas del pasado sobre un baloncesto que ya se fue y que nadie sabe si algún día volverá. Con esa sensación de vacío, los miembros de la peña Kamikázeres del 10 de Mayo retiraban ayer los bombos, tambores y resto de material de guerra que era usado en cada partido del Cáceres desde 1992.

Poco más de una decena de fieles aficionados acudieron ayer al pabellón Multiusos para despedirse del club al que han seguido innumerables citas. En la ACB o la LEB, en la Copa Korac o la del Rey, en amistosos o hasta en los entrenamientos, la peña --fundición de dos grupos originariamente diferentes-- pisó por última vez las gradas del pabellón.

Pero entre tanta emotividad, un hilo de esperanza se colaba en sus rostros. Saben que el futuro inmediato se presenta oscuro, pero reconocen que estarían encantados de poder volver a su esquina del pabellón. Al lado del túnel de vestuarios, donde tantísimas veces gritaron "que salgan los toreros...", donde las palmas echaban humo a ritmo del tambor y hasta donde pusieron a escurrir a los árbitros, rivales... y en alguna ocasión hasta a los suyos cuando las cosas se torcían.

Un tímido "esperamos que vuelva algún día el baloncesto de élite" ejemplifica el tono más optimista.

Los Kamikázeres del 10 de mayo, al igual que la 36+14, han sido ejemplo de la lucha hasta el último momento por la supervivencia del club, hasta convocando concentraciones públicas para prorrogar la vida del basket en la ciudad.

Una triste despedida, sin ningún reconocimiento a un trabajo que han desarrollado desinteresadamente durante años, que tenían en el deporte, un fuerte nexo de unión que se perderá. En definitiva, se despidieron, los de siempre, los que no tenían culpa ninguna de esta situación, los aficionados asiduos al baloncesto.