La vida de Valentino Rossi ha estado salpicada de grandes retos. A todos ellos se ha enfrentado con su enorme, con su inmensa capacidad deportiva, su físico privilegiado, su astucia, la mejor moto, el mejor equipo y, por supuesto, con su astucia y picardía mental, psicológica y escénica. El Doctor, que domina el arte del pilotaje a más de 300 km/h, ha sido, es, un auténtico maestro en todo aquello que no son las carreras.

Es un pícaro fuera de la pista y un genio, un actor, a la hora de manipular el lenguaje, utilizar a los medios de comunicación y enviar mensajes intimidatorios a sus rivales más duros. Al resto, no les hace ni caso. O les guiña un ojo, buscando su complicidad.

Rossi ha destrozado mentalmente a Max Biaggi, a Sete Gibernau y a Dani Pedrosa, que han caído bajo su dictadura, basada en su enorme capacidad deportiva pero también en su tremendo poder de intimidación. Todo lo que le ha servido para pasearse por el Mundial y coleccionar títulos ha quedado hecho añicos al tropezarse en su camino, en su propio equipo, en la pista y en las estadísticas con el español Jorge Lorenzo.

El Gladiador ha sacado de sus casillas a Rossi. Y la mayor prueba no es solo la repentina vuelta del Doctor para intentar evitar, no solo que Lorenzo se proclame campeón del mundo, sino también impedir que le robe protagonismo, le reste carisma y se convierta en su heredero en el seno del equipo Yamaha.

Cuando Rossi se hirió en Mugello, Lorenzo quedó realmente conmocionado. "Tanto --recordaría poco después Lin Jarvis, su jefe-- que al día siguiente corrió agarrotado y fue presa de un portentoso Pedrosa". Aun y con todo, Lorenzo creyó, y así lo dijo, que era necesario recordar, desde el segundo escalón del podio, al gran Rossi y se enfundó la camiseta amarilla del club de fans del Doctor. "Se merece este homenaje", dijo Lorenzo al bajar del podio.

Al llegar a Sachsenring, donde Rossi reaparecerá mañana, el enviado especial de RNE-1 le preguntó qué sintió al ver a Lorenzo con aquella camiseta. "Otra pregunta, por favor", fue la respuesta displicente y maleducada. Pero fue, también, la prueba de que Rossi, a quien sacó de quicio que Lorenzo hiciese una reverencia al público de Montmeló acompañado de sus mecánicos y técnicos, como diciendo "este equipo ya es mío", había decidido precipitar su regreso para evitar que el bicampeón mallorquín se convirtiera en su mejor sucesor, fuera y dentro de la pista.