Un equipo de fútbol suele ser fiel reflejo de la imagen de su entrenador. A este emergente Algeciras le atormenta el perfil de un exportero de Segunda B metido a labores de entrenador y que clama al cielo con cualquier decisión arbitral por meridiana claridad que ésta tenga. Lo de ayer fue un compendio de cicatería y de actitud antideportiva por parte de unos jugadores que no hacían más que traducir lo que su entrenador exigía desde la banda. Gartzen se fue tirando besitos a la grada tras ser expulsado y el banquillo al completo clamaba contra el colegiado cada vez que pitaba, antes incluso de que lo hiciera y aunque fuera a su favor. Pero el colmo de la antideportividad y las malas artes lo protagonizaron el defensa Torres y el meta Iñaki. El primero hizo un agujero en el punto de penalti antes de que lanzara Cobos y el segundo dio todo una lección magistral de cómo perder tiempo amén de casi pegarse con un compañero.

Pero la estrella del partido fue el entrenador algecireño. Montes atormentó al público cacereño con puñetazos en el banquillo más propios de gorila de discoteca y con sus continuos insultos y protestas. Su porte de peso pesado, junto a un bigote que no paraba de moverse por estar devorando chicle todo el partido, asustaban. Sin embargo, se mostró educado y correcto ante los medios de comunicación.