Siempre he pensado que los árbitros se equivocan con más o menos frecuencia, que son más o menos malos y que sienten la presión en mayor o menor medida, pero que en la mayoría de los casos sus errores se reparten entre clubs grandes y pequeños.

El árbitro, llanero solitario en el circo del fútbol o el baloncesto, por citar los deportes en los que sus decisiones provocan más polémica, es un personaje al que constatemente vilipendian aficionados, jugadores y medios de comunicación, muchas veces injustamente, pero casi todos lo aceptan con la mayor naturalidad y piensan que va en su labor.

Ayer, la prensa madrileña y algunos jugadores más o menos galácticos la emprendían con el pacense Fernando Carmona Méndez, a quien señalaban como culpable del tropiezo ante el Celta. Yo también creo que se equivocó en contra del Madrid, pero no considero que hubiera intencionalidad en sus erráticas decisiones. Carmona ya ha demostrado ser uno de los mejores árbitros españoles.

Una semana antes, a la Real Sociedad también le echaron una mano en Málaga. A lo mejor, la próxima semana le toca al Madrid ser el beneficiado. Esto del deporte es menos complicado de lo que muchos se piensan. Los jugadores se equivocan, los entrenadores se equivocan, los directivos se equivocan y, por supuesto, los árbitros se equivocan. Ni más ni menos.