España estará en octavos del Mundial y es lo importante. No lo es menos que se mida como primera con Portugal y no con Brasil, a las que le separa todavía un abismo. Si elimina a los lusos se enfrentará a Paraguay o Japón en cuartos y en el caso de que alcance las semifinales, su rival saldrá de quien quede vivo para ese penúltimo escalón de las siguientes selecciones: Inglaterra, Alemania, Argentina o México. Para llegar a esta cuenta aunque parezca el cuento de la lechera, el equipo de Del Bosque tenía que vencer a Chile, y lo hizo con acciones brillantes y un encuentro que confirma su eficacia goleadora pero no despeja dudas importantes como su solvencia defensiva y el bajón de ritmo que sufre en algunos tramos de los partidos. En la recta final, que tuvo un recorrido de al menos veinte minutos, ambas selecciones se dedicaron a que pasara el tiempo, los de Bielsa asumiendo el riesgo de que Suiza, que no lo hizo, marcara un tanto Honduras y la dejara fuera del torneo. En la pelota se podía leer el fin justifica los medios o ¿los miedos?

La cuestión es que Chile tuvo un comportamiento fiel a su libreto, presión y juego directo, que aturdió a España, con mejor pulso en el manejo de la pelota pero aún afectada por la derrota contra Suiza y la palidez que exhibió ante Honduras. Se fue soltando gracias a Iniesta, pero tuvo que esperar a que apareciera Villa. El delantero atrapó un mal despeje de Bravo y embocó con la zurda y a portería vacía el primer gol desde una distancia considerable, toda una obra maestra de picardía y precisión (minuto 25). Villa estableció un punto de inflexión en el encuentro, con los chilenos cargados de tarjetas por su extrema dureza y viéndose castigados en exceso. En diez minutos, España fue la España de la Eurocopa: fluida, sembrada de ideas y combinación. Antes de que los de Bielsa se rearmaran, una asociación maravillosa y precisa entre el omnipresente Villa e Iniesta trajo el segundo de la noche con un toque sutil de centrocampista del Barça (minuto 36). Armonía, sintonía, llegada lúcida y remate. Por si fuera poca la ventaja, Estrada se ganó la segunda amarilla y la expulsión. El camino despejado para una noche plácida que fue flácida.

Nada más comenzar la segunda mitad Millar, con toda la defensa española hipnotizada, disparó sin mediar alguien entre él y Casillas para tapar el espacio que se le abrió sobre la media luna. Bueno sí, Piqué, en quien rebotó la pelota para sorpresa del portero y la alegría de los suramericanos. A partir de ese instante, y pese a la entrada de Cesc por un Fernando Torres acartonado, se firmó un pacto de no agresión, el balón viajó en dirección contraria a los dominios de Bravo y los chilenos se sentaron en el sillón para ver pasar los minutos sin que les anunciaran un gol de los suizos. Fueron felices y comieron perdices, pero aburrieron a las ovejas. España hizo su trabajo con luz intermitente y ligeras o gruesas sombras, según cómo se quiere interpretar lo de hoy. Está en octavos y un camino ideal para plantarse en la lucha por alcanzar la final. En la próxima estación le esperan Cristiano Ronaldo y una Portugal que tiene poco de galáctica, pero que le exigirá una mayor continuidad en la brillantez de su juego.