Estoy en la habitación y aguardo el turno para recibir el masaje de Vicente Iza. Acabo de hablar con mi mujer. Cada día le cuento cómo ha ido la etapa. Le he explicado lo mucho que nos hemos reído hoy con una experiencia que nunca habíamos vivido como profesionales, que ya es difícil porque las hemos visto de todos los colores. Es la primera vez que veo por TV la llegada de una etapa en una carrera en la que participo. Inaudito.

Más o menos, de forma improvisada, todos nos hemos puesto de acuerdo al ver la pancarta que señalaba que solo quedaban tres kilómetros para la meta. Nos hemos relajado y nos hemos ido retirando a la cola del pelotón porque sabíamos que la llegada era muy peligrosa y que podía producirse una caída. Es una suerte, en este tipo de etapas, poderte quitar el estrés en la parte final. Antes era mucho peor, siempre tenías que estar delante. La caída no nos pilló a ninguno de la general.

Ha sido una caída enorme con mucha gente tirada por el suelo. De repente alguien ha descubierto la pantalla gigante. Entre todos hemos decidido parar y aprovechar que por una vez podíamos ver la llegada en directo. A mi lado estaba Michael Boogerd, que corre en el mismo equipo de Freire. Era el que más gritaba animando a su compañero Oscar. Cuando han cruzado la meta, entonces hemos vuelto a subir a las bicicletas y plácidamente, a ritmo cicloturista, hemos terminado la etapa.

Hoy no ha sido un día plácido. Me sentó mal el desayuno. Me han entrado ganas de vomitar durante la carrera y he bajado al coche del médico. Le he dicho que tenía náuseas y me ha dado dos pastillas. Ahora estoy mejor, aunque noto el estómago revuelto. Me he tomado una manzanilla. Mañana volvemos a Francia.