Han pasado 12 años y ahora acude a la grada vestida con batita discreta, que ya es mayor y después de lo del pecho de Janet Jackson es mejor controlarse. Pero es la misma del 92, sí, aquella excitante muñeca desnuda con la que Isidoro, el del bar Adarve, levantaba a la afición y descomponía a los tiradores del equipo contrario en la bombonera de la Ciudad Deportiva. La peña 36+14 la lleva a los partidos como se lleva a una abuela y la muñeca baila, se mueve y disfruta como cuando era una pollita.

La muñeca del 92 es el símbolo de la afición del Cáceres, de esos selectos 2.000 incondicionales que siguen sufriendo y vibrando. Una afición que acudió con pancartas: "Un Ñete de primera para un equipo con solera", "Animo Seals"... Que se encabritó con los árbitros, se emocionó con Okac (¡un homenaje para este héroe!) y pasó el último minuto en pie, entre palmas.

El León es otro equipo más de la LEB en cuyo quinteto titular participan jugadores (Higgins, Urrezti) que huyeron cuando el barco se hundía. Pero también perdió y la afición sintió el orgullo de haber derrotado con un barco hundido a la armada invencible de la LEB (Zaragoza, Plasencia, Bilbao, Menorca).

En el descanso, en los bares se hacían especulaciones depresivas sobre si este sería el último partido en la historia del Cáceres. A la salida, el optimismo retornaba a los semblantes y a los aficionados se les ponían los dientes largos pensando en un play-off contra Plasencia.

El juego loco del último cuarto (el Cáceres ganó cuando se dejó atacar y perdía cuando se empeñaba en encestar) fue una demostración de que la LEB es una liga desquiciada donde puede pasar de todo. Incluso que el Cáceres acabe jugándose el ascenso a la ACB. Cualquiera sabe. Por ahora sólo hay indicios. En lo económico, no son buenos, que se vio el palco muy sosito de concejales. En lo deportivo, premonición: la muñeca de Isidoro sonreía como hace 12 años.