Ganó en Hungría su único gran premio porque Michael Schumacher obstaculizó a Pedro de la Rosa. Pero el rácano palmarés en nueve temporadas para quien era la gran esperanza inglesa poco importa ya a Jenson Button. Ahora manda él, desde la pole de ayer en Australia, donde no alcanza la vista del último, Lewis Hamilton, el fenómeno que le arrinconó al ostracismo. Cómo ha cambiado el cuento.

Claro que Button no está solo. Otro denostado, Rubens Barrichello, comparte la primera línea, dos coches blancos, símbolo de pureza, de ahí que solo Virgin, la empresa insignia del multimillonario Richard Branson, haya osado romper el inmaculado aspecto de los Brawn GP, los coches que están "en otro mundo", según Fernando Alonso. Nueve millones de libras parecen poco dinero por estampar el logo en el coche de moda. Es como si Ross Brawn solo necesitara ese dinero para añadir a los 35 millones que el equipo recibió como adelanto de los derechos televisivos y los 60 que Honda le entregó para evitar el cierre de la fábrica de Berckley, la de más trabajadores de la F-1, bajo sugerencia del gobierno inglés que permite la presencia de plantas japonesas en Swindon. No necesita más, lo gordo, el diseño del coche, ya lo pagó Honda el año pasado.

¿Su secreto? El potencial humano que escondía Honda, su presupuesto (350 millones de euros) y, como explica De la Rosa, "dos túneles del viento donde podían probar coches a tamaño real". Semejantes recursos resultaron demasiado golosos para que Brawn no sucumbiera a la oferta. Su primer acierto, cuando llegó a finales de 2007, fue centrarse en este coche y abandonar el del 2008. El segundo, olvidarse del KERS "e invertir más en aerodinámica, que ya se ha visto que es mucho más rentable", insiste De la Rosa, lamiendo la herida de McLaren. El tercero, aprovechar una ambigüedad en el reglamento para diseñar un difusor trasero que proporciona el efecto ala que fue prohibido en la F-1 tras los accidentes mortales de Ratzenberger y Senna en 1994. Lo hizo a pasitos. Primero entregó una parte del diseño, el más bajo, y se lo aprobaron; después, el segundo piso, y también recibió el visto bueno, y finalmente, un tercer capítulo de un diseño único que supo esconder en entregas.

UN NEGOCIO REDONDO No solo dirigió el proyecto de un coche ganador, sino que Brawn se las compuso para quedarse en propiedad con el equipo. Bajo la amenaza de cierre, evitó la entrada en el capital de Bernie Ecclestone, pero le pidió un adelanto de los derechos televisivos. Más. Sorteó la oferta de Branson, pero le ha sacado unos millones de patrocinio. Y, lo más audaz, pidió 60 millones a Honda, las indemnizaciones por los hipotéticos despidos y se libró al tiempo de su perezoso motor para contratar el propulsor de Mercedes. Sin embargo, Flavio Briatore y la escudería Ferrari le consideran un traidor.

Brawn es su compañero en la asociación de constructores (FOTA), su responsable técnico y encargado de mediar con la FIA en el reglamento y aclararlo a los equipos. "No me ha gustado su comportamiento", comenta el jefe de Alonso. "No ha hecho su trabajo. Era él quien debía aclarar el reglamento a todos y nos hemos dado cuenta cuando ya era tarde". Alonso, pupilo de Briatore, no pasó ayer del 12º lugar de la parrilla, pero saldrá 10º tras la descalificación de los Toyota sancionados por usar un alerón trasero "flexible".

"Hemos encontrado el muerto, el arma, el culpable, y no es complicado para la FIA juzgar", dijo ayer Flavio Briatore sobre la situación creada. "Brawn aún no es campeón de nada, solo en gastar dinero".