Todo el mundo cree que no tienen nada que hacer. Que lo firmado, firmado está. Es más, todos los contratos de los pilotos del Mundial de F-1 están depositados en la Oficina de Reconocimiento de Contratos, en Suiza, despacho de abogados que vela por su cumplimiento y puede dirimir disputas. Cuando las escuderías y pilotos pleitean jamás van a los tribunales ordinarios, siempre dirimen sus disputas en esa exclusiva oficina.

Max Mosley, polémico presidente de la Federación Internacional del Automóvil (FIA), lanzó hace unos días una sugerencia: "Quizá es más fácil que un piloto gane un millón de euros en lugar de 20 para evitar así el despido de 500 trabajadores de la fórmula 1". Pero es evidente que la pretensión que, a raíz de esas palabras, muchos equipos han empezado a propagar desde entonces, en el sentido de reducir los astronómicos salarios de sus pilotos, va a ser materialmente imposible con lo ya firmado.

Se diría, con razón, que Ferrari se arrepiente de que Kimi Raikkonen decidiese, en Monza, ejecutar su cláusula automática de renovación, a razón de 26 millones de euros por año. Pero Iceman otorgó a Maranello el título del 2007. Del mismo modo que Renault puede dar por bien empleados los 18 millones que le paga a Fernando Alonso, cuyas victorias este año en Japón y Singapur supusieron un golpe de imagen y poder de la firma francesa sin precedentes en dos mercados importantísimos.

Otra cosa sería hablar de los salarios que han provocado la quiebra del equipo Honda. Los japoneses pagaron, el pasado año, 13 millones de euros a Jenson Button y nueve a Rubens Barrichello. Button ha ganado un solo gran premio en 153 participaciones. A Honda, cada uno de sus 18 puntos de este año le ha salido a 722.222 euros. Y ahora deberán indemnizarle con 30 millones.