Fue la frase de la tarde. La pronunció Alberto Contador, aún sudoroso por el tremendo esfuerzo en el Mont Ventoux, con tanto público que hasta la gente sirvió a los ciclistas de parapente contra el viento, casi huracanado, que avivaba el fuego maligno en las montañas cercanas de Provenza. "La foto de los Campos Elíseos será histórica". Y lo será, porque lejos de los incendios sofocados en el Astana, hoy el corredor de Pinto se convertirá en el primer ciclista que compartirá podio con Lance Armstrong, impresionante su tercer puesto, vestido de amarillo y pudiéndolo mirar por encima del hombro. "Cuando ganas te gusta que los que suben al podio contigo sean grandes ciclistas".

Hoy habrá foto para la historia. Y por doble motivo. Porque Contador gana un segundo Tour y porque Armstrong, el vejete, tal como se autodenominó ayer, ha cumplido la gesta que muchos dudaban que pudiera hacer. Chapeau . Hoy estará en el podio, más viejo, más maduro, menos agresivo e igual de arrogante que siempre. Y estará porque ayer, por fin, el Astana funcionó como el equipo que nunca ha sido, en la ascensión al Mont Ventoux, la cumbre provenzal, el monte ventoso, que coronó bravamente un guipuzcoano pequeño de talla pero grande de corazón llamado Juanma Gárate. Contador y Armstrong se repartieron el trabajo, cada cual vigilaba a un hermano Schleck, con Andreas Klöden trabajando de gregario para la pareja irreconciliable que hoy dará brillo a un podio para enmarcar.

Contador dudó durante varios días sobre la conveniencia de tener hoy a Armstrong a su izquierda con Andy Schleck intocable en la segunda plaza de la general. No le gustó en un principio que el tejano le volviera a quitar protagonismo en su día más grande, en el domingo en el que se confirmaba su segunda victoria en París (2007 y 2009). Pero comprendió que con el estadounidense a su vera, el efecto para él no podía ser mejor. Todavía se inmortalizaba más y se hará más épica de la victoria en este Tour.

AYUDANTE DE AMARILLO Por eso, le ayudó. Por eso, le cuidó. Por eso, subió a su lado y buscó el efecto de freno, en los cuatro frenéticos ataques que realizó el pequeño de los Schleck, demarrajes que no tenían otro objetivo que desgastar al tejano y abrir el camino del podio a Frank, su hermano mayor.

Sin embargo, ayer en el Gigante de Provenza se vio al mejor Armstrong de este Tour, como el buen vino, cada vez mejor, contra más añejo, con más kilómetros en las piernas, mejor para el

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