Llevamos varios años asistiendo al derrumbe del fútbol extremeño. Los tiempos de la Primera y la Segunda División pasaron, para nuestra desgracia, y todo ha ido degenerando. Nuestro escaso potencial económico no hacía presagiar muchos años entre la élite. No estuvo mal mientras duró, habría que consolarse. En cierto modo, se ha cumplido la lógica. La apuesta política que se hizo en su día tampoco fue excesivamente fuerte, al igual que ocurrió con el baloncesto, y es normal que, tras unos años de disfrute, todo volviera a la realidad. Pero es que la realidad actual es muy triste, demasiado triste. El escenario no puede ser más desolador: cuatro clubs en Segunda B, de los que tres están luchando por no bajar, y una Tercera llena de nombres ilustres y bajo mínimos, con una expectación generada a su alrededor que da pena. Y el mejor ejemplo lo vimos ayer: se disputaba un Badajoz-Cacereño que, en otro tiempo, al menos, interesaba. Ahora, hasta se pueden contar los espectadores.