En ese inolvidable gol, el de David Villa a Paraguay, el que coloca a España lo más cerca posible del paraíso, no había nada de furia. En ese gol, el quinto de Villa en el Mundial, quedó retratada la esencia de una selección que ha roto barreras que parecían utópicas durante casi un siglo. Ese gol sitúa a España el miércoles en la semifinal de Durban ante la revolucionaria Alemania de Löw.

"Sí, ese gol puede simbolizar todo lo que es nuestro juego", confesó ayer Vicente del Bosque, el seleccionador que heredó el inmenso legado de Luis (una Eurocopa) y con sabiduría y prudencia está a punto de hacerlo eterno. Ese gol no nace de la furia sino del control de Busquets, el dinamismo de Cesc, la clarividencia de Xavi, la luminosidad de Iniesta, el desparpajo de Pedro y la persistencia, casi fanática, de Villa. De inicio a fin, un gol made in Barça. Ingenio, astucia, fútbol coral (seis jugadores intervinieron en el gol que abre las puertas del paraíso), y velocidad de ejecución. Apenas 21 segundos, 13 toques y hasta tres veces tocó la pelota en los dos palos antes de que acabara besando la red paraguaya, orgullosa, eso sí, de cómo había sido mimada y cuidada en ese vertiginoso tránsito liderado por Iniesta, el acelerador de partículas que agitó España. "Es un gol que no solo demuestra la calidad de este equipo sino también su carácter, Muchos toques y, al final, la insistencia para que entrara", resumió Casillas.

ANDRES INIESTA: "Todofue muy rápido, con unsolo regate me pude ir dedos paraguayos"

Martino, el técnico de Paraguay, estaba feliz. Había estrangulado a España en la primera parte con una presión bielsiana y creía haber encontrado la llave para encarcelarla definitivamente. "En el único momento de despiste, nos mataron", confesó después el seleccionador paraguayo. No, ni siquiera fue un despiste. Tan solo sucedió que Iniesta encendió la luz y conectó en el centro del campo con Cesc, primero, y con Xavi después. A un toque.

"Toda la jugada fue muy rápida, mucho", rememoró el centrocampista azulgrana. No parecía pisar el césped, ni tampoco deslizarse. A su paso se iba abriendo el campo, dejando paraguayos aturdidos en el suelo. "Los hemos pillado desprevenidos con esa triangulación al primer toque", contó con naturalidad, como si fuera sencillo. Lo complicado es ejecutarlo todo tan simple y tan rápido. "Con un toque me he ido de dos paraguayos", dijo Iniesta, sin reparar en que ambos quedaron tumbados en el suelo, asombrados.

En su elegante carrera hacia el marco de Paraguay, Iniesta tumbó con el cuerpo a dos rivales --quebró con la cintura mientras la pelota seguía en su bota derecha-- e hipnotizó a otros dos más, ya al borde del área antes de divisar la figura de Pedro. "He podido salir con rapidez de todos ellos y cuando vi a Pedro se la di para que marcase..."

PEDRO: "El portero salió bien y me tapó toda la visión. Disparé ahí y pensaba que entraba"

A Pedro era fácil verlo porque siempre está donde debe estar. Iba galopando por la banda derecha, acompañando con la mirada y con el cuerpo la hermosa silueta de Iniesta en la pradera del Ellis Park. En la grada de ese estadio también estaba Pep Guardiola, el hombre que lo descubrió para el fútbol y lo rescató de la Tercera (ahí estaban hace dos años) hasta guiarlo a Suráfrica. Llevaba el balón Iniesta, corría Pedro y Guardiola los acompañaba en la distancia. "Cuando me la dio Andrés, ví que el portero salió muy bien, Me tapaba todo. Por eso ajusté tanto el balón. Cuando disparé, pensé: "entra, entra" Pero no fue así. Fue una lástima, pero luego vi a Villa y dije: ¡menos mal! Parecía que la pelota no quería entrar".

DAVID VILLA: "Tuve mucha suerte, el rechace del palo me cayó a mí. Pero le pegué mal al balón"

Y la verdad es que la pelota no quería entrar. Esa jugada, nacida del ingenio de Iniesta impulsado por un pase sutil pero decisivo de Xavi --¿era un taconazo? ¿o le dio con el exterior de su pie derecho?--, merecía el premio del gol de Pedro. Un chico al que solo le falta marcar en un Mundial para completar un cuento de fábula. Pero el poste derecho de Villar, el meta de Paraguay, se convirtió en su peor enemigo, el que frustró el final feliz a su cuento. Luego, el balón fue a buscar a quien más conoce, a su mejor amigo. A Villa. Había una multitud de jugadores en el área. Villar y cuatro defensas suramericanos dando tumbos en busca de fantasmas vestidos de azul. Estaban Villar, Iniesta y Pedro. Luego vino un quinto defensa paraguayo y hasta Cesc, que estaba al inicio de la jugada, pisaba también el área. Pero la pelota, caprichosa ella, ya había elegido adónde quería ir.

"Tuve mucha suerte", confesó después el elegido. No engaña a nadie. El balón, tras golpear en el poste, podría haberse ido a cualquier lugar del campo, incluso fuera, pero escogió a Villa. "El rechace del palo me cayó a mí". Así de literal fue. La pelota tocó en el palo y acabó finalmente enredándose entre sus pies. Tuvo suerte Villa de que Iniesta no solo corre cuando juega. También piensa. O, mejor dicho, piensa y luego juega. Por eso, en vez de darle el balón al asturiano cuando se asomó al área --estaba en fuera de juego-- se lo dio a Pedro para que hiciera una jugada de carambola con la madera.

"Me costó controlar la pelota", admitió luego el que de momento es el Pichichi del Mundial. Controló primero con la bota derecha, se le fue un poco hacia la izquierda y, después de unos segundos de suspense, golpeó con la derecha. "No le pegué bien la pelota, tengo que decirlo. Le he dado bastante mal, pero tuve la suerte de que dio en un palo, luego en el otro y acabó entrando", contó Villa. Detrás suyo estaba Cesc. Con cara de susto, seguía la trayectoria del balón: "¡Dios mío! Con la cantidad de cosas raras que hace esta pelota, pensé que no entraría nunca". Pues entró y ese gol, el de Villa, abre la senda del paraíso desconocido. Alemania espera para seguir explorándolo.