Lance Armstrong era el 29 de agosto de 1993 en Oslo un campeón del mundo joven, gordito y casi desconocido que llevaba el dorsal 208 a la espalda. Era joven porque sólo tenía 22 años. Era gordito porque exhibía mofletes y su corpulencia distaba mucho de la esbelta figura que presentó en 1999, tras derrotar al cdncer y ganar el primero de sus seis Tours.

Y era casi desconocido porque hasta aquel día sólo había ganado una etapa de la ronda francesa, que le había convertido en el vencedor más joven de una etapa del Tour desde 1945. Pero Armstrong, con sus 22 años, era también un campeón del mundo mojado, enojado y con carácter. Mojado porque había llovido a mares en Oslo. Y enojado y con carácter porque no podía soportar que los periodistas sólo le hicieran preguntas al subcampeón, que por aquel entonces era mucho más famoso que él. "Bien. Ya era hora de que me preguntasen algo". Su cabreo era evidente, mientras observaba de reojo al subcampeón del mundo, Miguel Induráin, que había corrido en Oslo tras ganar su tercer Tour consecutivo. Acababa de derrotar al gran favorito y la prensa mundial no le hacía caso. Luego llegaría su victoria contra el cáncer y los seis Tours, una historia heroica.