Una cesta de uno de los mejores jugadores que hoy en día actúan en el baloncesto del Viejo Continente, el base del CSKA Moscú ruso Theos Papalukas, salvó a Grecia de la eliminación a seis segundos del final de un partido que Eslovenia tenía en el bolsillo y daba la mejor clasificación de su historia al conjunto exyugoslavo. Los griegos serán los rivales de hoy en semifinales (19.00, La Sexta). En los otros cuartos de final de ayer, Lituania batió a Croacia también con dificultades (74-72) y se jugará un puesto en la final ante Rusia (21.30, La Sexta).

Grecia es Grecia. Estaba perdida. Perdía 58-42 a seis minutos del final. Había perdido el control de la situación después del primer tiempo y, sin embargo, resurgió de sus cenizas para reivindicarse como lo que es, la campeona de Europa, la subcampeona del mundo y, por extensión, el rival de España.

Los griegos plantearon el choque con todas las precauciones para llevarlo al terreno en el que ahora, en un estado de forma inferior al de hace un año en el Mundial de Japón 2006, podían hacer más daño al cuadro de Ales Pipan, que ha puesto uno de los estilos más dinámicos del torneo y se siente bien cuando abundan los puntos, la velocidad y el arrojo.

Grecia tiene una virtud incuestionable: sabe mandar en el ritmo. Siempre lo ha hecho. En el mundial japonés jugó de forma diferente casi en cada partido, adaptándose a las peculiaridades del rival, sin que eso significase renunciar a su propia filosofía, que es, precisamente, mimetizarse para romper los principios del modelo de su rival.

Los griegos consiguen desnaturalizar a los equipos que se les cruzan por el camino. Les llevan a su terreno, les hacen comulgar con una forma de jugar que siempre es la opuesta a la que predica el equipo de enfrente. Hoy se verá qué hacen ante España, favorita indiscutible.