El Barça no sabe hacer otra cosa. Juega siempre igual. Tenga o no un confortable 4-0 de la ida, un resultado que nunca se ha remontado en Europa. Construido para atacar, el Barça de Guardiola se asoma esta noche al neumático blanco con luces rojas, convertido en un estadio de fútbol, el Allianz Arena de Múnich, para demostrar que no se acomoda nunca. Ni siquiera cuando el rival, un Bayern fracturado y en crisis interna, zarandeado por una goleada histórica, se rinde antes incluso de que el balón ruede.

Pero Guardiola no se fía de nadie. El Barça atacará para no sufrir. "Si Klinsmann se rindiera, pondría al filial. Pero no lo hará, alineará al mejor equipo posible", advirtió el técnico. No se fía nada de los alemanes. "En Kaiserslautern encajamos tres goles, pero nos pudieron meter 10", recordó ayer Txiki Begiristain, el secretario técnico azulgrana, de aquel partido que marcó el futuro del Dream Team en 1992.

Para bien. Aunque le fue de un suspiro. De aquel equipo se vieron cosas maravillosas, pero algunas dramáticas, como la eliminación posterior a Wembley ante el CSKA de Moscú en el Camp Nou. Del Barça de Guardiola solo puede destacarse su fiabilidad. Cinco derrotas ha sufrido en 49 partidos oficiales (dos de ellas intranscendentes, ante el Wisla en la previa y ante el Shakhtar cuando tenía el pase a cuartos en la mano).

2.000 CULES EN MUNICH Pero, curiosamente, nunca se ha encontrado en una situación tan favorable, con un 4-0 en el bolsillo y esperando rival en semifinales de la Champions --el Chelsea, tras su 1-3 en Anfield, tiene más opciones que el Liverpool--. El ambiente previo fue digno casi de una final.

No por los aficionados azulgranas que verán el partido en directo --unos 2.000-- sino por la puesta en escena del desplazamiento a Múnich. Un avión gigante, un Boeing 767, con más de 250 personas, incluidos el expresidente Agustí Montal, Cris (la compañera de Guardiola), los padres de Xavi y amigos de los jugadores. Todos en procesión para ver el Allianz, un escenario suntuoso que demuestra que los estadios de fútbol son las nuevas catedrales del mundo.

Guardiola, sin embargo, actúa con prudencia espartana. "El único objetivo es hacer un gol. Iremos a por el partido, es lo que nos identifica. Tengo mucha admiración por equipos tan históricos. Y la mejor manera de respetarlos es tomarlos con mucha seriedad. Quiero ir a hacer gol, que el equipo no piense en lo que ya ha hecho", recalcó el técnico, quien puso como ejemplo que el golfista estadounidense Kenny Perry perdió el Masters de Augusta tras hacer "dos bogeys en los dos últimos hoyos, y no había hecho ninguno en 22".

Guardiola no podrá sentarse hoy en el banquillo. Está sancionado por la UEFA. Le toca, por tanto, a Tito Vilanova, su ayudante, dirigir al equipo. Alejado de la visibilidad mediática de Mourinho, el segundo de Robson, huyendo del populismo demagógico de Ten Cate (hubo un momento en que pareció que él era más importante que Rijkaard) y en las antípodas del carácter sucesorio que podían desprender Koeman, cuando era segundo de Van Gaal, o Bakero de Serra Ferrer, Tito ejecutará discretamente las órdenes de Guardiola. "Veré hasta qué punto puedo intervenir. Pero tengo a Tito y el equipo sabe lo que hay que hacer. No hay ningún problema", recordó.

Tras el 4-0, el Barça ha adquirido un estatus envidiable y debe estar, como mínimo, a la altura del maravilloso fútbol que dejó en el Camp Nou. Por eso quiere marcar. La última vez que se quedó seco fue en Montjüic: 0-0 con el Espanyol en la Copa (21 de enero). Desde entonces, 17 partidos seguidos marcando.