El monumental fiasco de la selección francesa en Suráfrica se ha convertido en un asunto de Estado. Nicolas Sarkozy, presidente del país, se puso ayer el traje de árbitro para gestionar la catástrofe, que ha acabado de certificar el profundo divorcio entre los bleus y la sociedad francesa.

Sarkozy convocó ayer en el Elíseo un gabinete de crisis en el que citó al primer ministro, François Fillon; la ministra de Salud y Deportes, Roselyne Bachelot, y la secretaria de Estado para el Deporte, Rama Yade. Se acordó "no dar ninguna ventaja financiera" a los jugadores, a los que se les "exigirá responsabilidades". El jefe del Estado recibirá hoy a Thierry Henry, capitán de la selección. El jugador del Barça, que ha solicitado la entrevista, se dirigirá a la sede de la presidencia en cuanto el avión de la selección aterrice.

SERMON MATERNAL Entre tanto, Bachelot se enfrentó ayer a la surrealista situación de dar explicaciones ante el Parlamento. La ministra, que sermoneó a los jugadores en tono maternal después de que estos tomaran la decisión de no entrenarse en protesta por la expulsión de Anelka, utilizó un tono muy diferente en el hemiciclo. "No les perdono que hayan roto los sueños de millones de niños", clamó indignada después de arremeter contra un entrenador, Raymond Domenech, "desamparado y sin autoridad" y unos jugadores entre los que hay "cabecillas inmaduros y niños asustados". "La selección es una ruina", concluyó.

El hecho de que los jugadores hayan renunciado a las primas --entre 4 y 5 millones-- no ha calmado la cólera. Las miradas se vuelven ahora hacia el presidente de la federación, Jean-Pierre Escalettes, quien no tiene intención de "abandonar un barco a la deriva". Y todas las esperanzas están concentradas en Laurent Blanc, el nuevo seleccionador.