Cada año que Lewis Hamilton, de 25 años, el hombre más mimado del automovilismo mundial, el preferido de Ron Dennis, el llamado a llevar sobre sus hombros la historia de todo un país pionero en las cuatro ruedas, ha tenido la posibilidad de proclamarse campeón del mundo lo ha estropeado. Sus finales de temporada suelen ser el cementerio de todas sus ilusiones. En los dos últimos grandes premios ha cosechado dos ceros. "No me importa, no pienso cambiar mi estilo de pilotaje ni mi manera de plantearme las carreras", dijo ayer tras chocar con Mark Webber en otro de sus adelantamientos suicidas o, al menos, forzados. "Los 20 puntos que me separan del lider significa una desventaja razonable pero no insalvable".

A Hamilton, el preferido, como no, de McLaren, pese a que su compañero, Jenson Button, también es británico y, encima, actual campeón, le condena su agresividad. "Soy así, lo siento. O no". Poseedor de solo una pole position y tres victorias, el británico está convencido de que su ímpetu, agresividad y ganas de ganar siempre, no importen las condiciones ni encima de quién tenga que pasar, será lo que le convierta en campeón.