Los viejos escaladores nunca se rinden. Hasta que se quedan sin fuerzas. Un buen día descubren que ya no suben y entonces tiran la bicicleta a la cuneta y se van a casa. Así lo hizo Federico Martín Bahamontes en una tarde de Tour. Vio que las piernas no le respondían en el Aubisque, puso pie a tierra y nunca más volvió a competir. Así lo hará un buen día Richard Virenque. Pero hasta que llegue esa fecha, da igual que sea ahora, con 34 años, o más adelante, dará guerra y peleará por ese jersey de lunares rojos, el que identifica al mejor escalador de la ronda francesa. Y luchará por ganar etapas, por escaparse y por contentar a sus paisanos en el día de mayor exaltación patriótica: el 14 de julio, la fiesta nacional, la de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Hay que tener mucho coraje, ser muy valiente y un gran ciclista para culminar la escapada de fábula que ayer realizó Virenque en el estreno montañoso del Tour, en la etapa de mayor kilometraje, en el día más duro por el Macizo Central. Nueve puertos había. Y los nueve los coronó en primera posición. Se escapó en compañía de Axel Merckx, más apellido que piernas, y con él se entendió hasta que el hijo del campeón belga se quedó sin fuerzas, en el Puy Mary, en el puerto más duro del día, donde se le rompió la bicicleta a Iban Mayo, y por donde Tyler Hamilton, destrozado anímicamente, ascendía entre sollozos.

ESCAPADA PREVISTA Richard Virenque sabía que le iban a dejar escapar. Casi podía anunciarse la fuga del francés. Ya lo hizo hace un año, en Morzine, en la primera etapa alpina. Entonces, además de ganar la etapa y empezar a reinar en la montaña, se vistió de amarillo.

Ayer sacó cinco minutos a un pelotón demasiado entero, del que no se descolgó ninguna figura y que circuló por los más bellos parajes avernos, testimonio de las guerras galas, más pendiente de los Pirineos que de capturar al veterano escalador, a quien la afición francesa se lo ha perdonado todo. Hasta sus excesos con el dopaje.

Lance Armstrong sólo se preocupó de forzar al equipo al principio de la etapa, cuando atisbó cierto nerviosismo en las filas del Euskaltel. Jan Ullrich únicamente realizó un conato de pasar a la acción en los kilómetros finales de la subida al Puy Mary. Roberto Heras prefirió pasar desapercibido, mientras que Paco Mancebo se dejó ver para arañar unos puntos en la montaña e intentar sorprender al pelotón de las figuras en la cuesta del esprint final. Iban Mayo volvió a mostrarse gafado y peleado consigo mismo. El líder, Thomas Voeckler, estuvo firme como una roca. ¿Y Tyler Hamilton? Lo suyo fue un drama personal. Hasta tuvo suerte de ceder tan sólo siete segundos por el mínimo corte que se produjo en la llegada.

EL PERRO DE HAMILTON Tyler y Haven, su mujer, no tienen hijos. Su tesoro se llama Tug Boat, un golden retriever, que correteaba todas las tardes por las afueras de Girona hasta que enfermó: cáncer terminal.

Haven se presentó con el perro el martes por la noche en el hotel que ocupaba Hamilton. Quería que su marido le diera el último adiós al animal. Hoy lo sacrificarán en Girona. Por ese motivo, Hamilton, con lágrimas en los ojos, corrió toda la etapa con el collar del perro en el bolsillo del maillot. Estos ciclistas tienen el cuerpo de acero, pero el corazón de un niño.