Este chico enamora. Tiene dotes para cautivar los corazones de los amantes del ciclismo. Y algo mejor. Solo 24 años. Alberto Contador ya se ha empezado a ganar la simpatía del pueblo francés. Y ya es difícil. Ayer ascendió al Plateau de Beille empujado por los cálidos ánimos de los comentaristas de la televisión francesa.

Por eso, ayer ascendió apoyado por la televisión local y perfectamente dirigido por Johan Bruyneel, su director, experimentado en siete batallas triunfadoras con el botín como técnico de los siete Tours conquistados por Lance Armstrong, a quien se espera en París.

COSA DE DOS El Plateau de Beille, animado de público al puro estilo de Alpe d´´Huez, empezó a dejar las cosas claras y demostró, salvo sorpresas, que el triunfo final ya empieza a ser cosa de dos: de Rasmussen y de Contador. Ellos dos solitos, con cinco demarrajes del danés y dos del madrileño --el último, el más letal, a cinco kilómetros de la cumbre--, comenzaron a eliminar al resto de rivales: Cadel Evans, quien sin una rueda a seguir, pierde su gallardía como escalador; Andreas Klöden, hábil en contrarreloj y flojo en montaña; Alexandre Vinokurov, valiente pero herido; y, lamentablemente, Alejandro Valverde, con la cabeza vacía de garra tras su hundimiento en la ruta cronometrada de Albi.

Contador y Rasmussen destrozaron el Tour. Ambos arrearon con sus respectivos látigos al resto de contrincantes hasta el punto de que en los cinco últimos kilómetros renunciaron a atacarse entre ellos, firmaron una tregua, se pusieron de acuerdo y decidieron colaborar para abrir un hueco que les dejara libre de rivales incómodos el camino a París, como si fuera una autopista, al margen de 400 kilómetros de montaña y otros 55 de dura contrarreloj.

Rasmussen cometió un error. A 2,5 kilómetros de la cumbre, cuando ellos disfrutaban y el resto sufría, incluido Carlos Sastre, que se mantiene en la sexta plaza de la general y con opciones de podio, habló con Contador y le prometió, a cambio de ayuda, el triunfo de etapa, algo común y propio a la táctica tantas veces exhibida por Miguel Induráin en su época de gloria. Contador le creyó. Y, por ello, tal vez más fuerte y bravucón, renunció a una última ofensiva. El Plateau de Beille era un gran botín. Podía ganar y doctorarse como ciclista en el mismo lugar donde solo lo habían hecho Pantani y Armstrong. Palabras mayores.

EL GESTO Rasmussen recordó a Tony Rominger en la ascensión a Isola 2.000, en 1993. Induráin esperaba que el suizo le cediera la victoria, tras haberle permitido plácidos triunfos en jornadas precedentes. Rominger hace 14 años, como ayer Rasmussen, esprintó de forma poco elegante. El gesto mosqueó a Contador. "Queda mucho Tour y otro día la situación puede ser al revés".

Se anotó la acción. "La consigna sigue siendo atacar, atacar y atacar". Magnífico. Con ese ánimo, con esa flor de juventud, levantó ayer los brazos el doctor Contador en la cumbre de Pantani y Armstrong.