Apenas unos 20 minutos para que comience el partido en el Multiusos. En la entrada al palco se congregan directivos, periodistas, políticos, algún niño y, por qué no (quizá con más derecho que nadie) exjugadores del Cáceres, de esos que han hecho historia, ya fuera del anterior club o del actual.

Por allí está Juanito Sanguino, feliz, contento, hablando con todos, exhibiendo sonrisa. Algo bueno se intuye que puede suceder. Otros dos ilustres se funden en un abrazo. Pero otros dos ilustres con mayúsculas. Uno, Martín Fariñas, el entrenador del ascenso aquel increíble 10 de mayo de 1992, y otro, Angel de Pablos, el base vallisoletano de aquel equipo que se quedó para siempre en Cáceres.

Cerca está el que era entonces el secretario técnico del club que presidía José María Bermejo, el ahora presidente de la Federación Extremeña, Jesús Luis Blanco. Lo vive también intensamente. Aquello bulle. Aquello fluye. Es el ambiente más grande.

Mucha gente que hacía tiempo que no iba al basket está hoy allí. La grada jalea a los jugadores. Los peñistas, algunos que asistieron, de niños, a aquella gesta, quieren contribuir en ésta.

El partido tiene alternativas. Tras el descanso, Fariñas abandona el palco y sube a la cabina de El Periódico Extremadura, donde vive el segundo tiempo. Con el paso de los años, es menos visceral, menos apasionado, más analítico. "El partido ha cambiado con el barullo que ha provocado el 33 (refiriéndose a Parejo). "El 4 la va a pifiar", refiriéndose al pívot visitante, Akintunde. Vuelve a acertar.

Cáceres gana. Martín no estalla, pero en su cara se le nota feliz. La nueva conquista no lleva el sello del alcantarino. La gente canta y salta a la pista. Ñete Bohigas, feliz, se retrotrae, de nuevo en la pista.