José María Bermejo tiene ya 67 años. Retirado de la primera línea, no es un un fanático de conceder entrevistas, pero en esta con motivo del 25 aniversario del ascenso a la Liga ACB del club que presidía, el Cáceres CB, se suelta bastante hablando de presente, pasado y futuro. Cuidado con algunos mensajes que lanza.

-¿Cómo se siete 25 años después de aquel éxito?

-Es vivir de la nostalgia, del recuerdo de algo que no es muy probable que vuelva, a pesar de que Cáceres está muy necesitado de revulsivos como los de entonces.

-¿Cuál fue la clave?

-Fue un cómputo de todo: la ilusión que se puso desde el primer momento al proyecto y que se dieron circunstancias que nos llevaron ahí. Era un proyecto de ciudad, no algo personal, de nadie. Surgió desde el ayuntamiento para Cáceres. Nos involucramos una serie de gente y los resultados están ahí.

-Fue todo muy deprisa, ¿no?

-Sí. Salió de la nada. Recuerdo una ‘cueva’ que teníamos por sede en la calle Arturo Aranguren. Desde allí fichamos a Jiri Okac. Recibí la llamada de su representante a las cuatro de la mañana y fue un susto tremendo en casa.

-¿Cuándo empezó a creer que podía lograrse el ascenso?

-En el ‘playoff’ ante Andorra. Hasta entonces, habíamos sido muy realistas, por muy bien que fueses las cosas. Al Andorra debimos haberle eliminado, pero no nos dejaron. Hubo varias decisiones arbitrales en contra. Tuvimos una segunda oportunidad, pero también pensé que habíamos hecho un gran esfuerzo físico. Fuimos pasando y en Mallorca tuvimos un pelín de suerte. En el segundo partido, que ganamos, hubo una agresión, creo que casi merecida, de Jiri Okac al ‘Lagarto’ De la Cruz. No le descalificaron y simplemente le pitaron falta.

-¿No se sintieron desbordados?

-Lo que sí sentí fue un poco de pánico en los últimos partidos. No controlábamos ya nada en el pabellón porque la gente se colaba hasta por las ventanas. En el último contra el Prohaci estaba un delegado de seguridad que enviaron desde Madrid y el hombre me preguntaba por cuántas personas había y cómo era posible. «Tranquilo, la gente colabora y se crea un cordón al final alrededor», le respondí. Cuando hubo aquella invasión tras la canasta ya no pude decirle nada. Tiempo después me lo encontré y me lo recordó, casi riéndose.

-Carlos Sánchez Polo, entonces alcalde, siempre fue señalado como alguien fundamental...

-Fue quien me implicó porque yo era un hombre de fútbol. Salí corriendo para no ser presidente del Cacereño. Me llamó una mañana y le dije que yo de baloncesto no tenía ni idea, pero me convenció. Era una persona que conocía perfectamente el baloncesto, un gran aficionado. Siempre estaba ahí y aportaba mucho.

-Martín Fariñas dice que usted nunca se metía en lo deportivo. ¿Nunca tuvo la tentación?

-Para nada. Cada uno hacía su trabajo. Bastante tenía yo con lo que tenía encima.

-Y a usted el ascenso también le cambió la vida porque pasó a ser presidente ejecutivo...

-Es que estábamos desbordados. Me pasaba cuatro días a la semana en Barcelona porque estábamos muy cerca del poder en la ACB y logramos cosas buenas para Cáceres.

-También debió ser un verano complicado para reunir el canon y adecuar el pabellón a las exigencias de la ACB...

-La constitución de la sociedad anónima también fue complicada. Afortunadamente, el pabellón universitario estaba en construcción. Ayudaron mucho el entonces consejero Jaime Naranjo y el director general Pepe Higuero. Se pusieron manos a la obra.

-Siempre se dijo que hubo un antes y un después de dejar Caja Extremadura el patrocinio...

-Era un proyecto de ciudad, pero no estaba bien visto en Mérida. A trancas y barrancas conseguimos que se aceptase, pero tuvimos muchísimas dificultades que no tenían que haberse dado. Estábamos aportando muchísimo más de lo que la gente piensa.

-No volverá a haber nada que una tanto a Cáceres, asegura usted...

-Lo he dicho antes. Necesitamos muchos revulsivos. La ciudad está muerta y nos la están paralizando. Entonces nos echamos a la calle porque éramos felices con el baloncesto. Ahora debería haber un movimiento similar.

-¿Por qué? ¿Por la idiosincrasia del cacereño medio o porque hay colores políticos distintos en el ayuntamiento y en la Junta?

-Por todo. Los cacereños somos muy apáticos para muchas cosas. Nadie ha conseguido ilusionar a la gente como lo logramos entonces, pero necesitamos algo que nos lleve a pelear por lo nuestro.

-¿Hubiese cambiado todo de haber ganado la final de la Copa del Rey en León en 1997?

-Estoy convencido. No sé lo que hubiera durado más, pero hubiera durado más. Caja Extremadura no se hubiera retirado como espónsor un año después. Tenía presiones de Mérida y hubo confabulación de las dos instituciones. Recortaron las ayudas, que eran compensaciones por publicidad. Ofrecíamos al equipo para todos. Cuando íbamos a Europa a jugar nos pedían que señalásemos en el mapa dónde estábamos.

-Su proyecto siempre fue ambicioso, ¿no?

-En los despachos se trabajaba mucho y se conseguían muchas cosas. Fichábamos muy bien. Había equipos que llevaban mucho tiempo en ACB y no acertaban tanto como nosotros.

-Se marchó en 1998, pero volvió en 2002 en el último año en la Liga ACB...

-Cuando me fui dejé el club perfectamente. Se nos acusó que había muchas deudas, hasta de 400 millones de pesetas, pero no es verdad. Al poco tiempo vendieron a José Paraíso por 220 millones, teníamos 100 de capital social y una sede social en propiedad importante. Así es que la situación estaba equilibrada. Cuando volví sí que había 400 millones de deuda, pero estuvimos a punto de reflotarlo. Mantengo lo que dije entonces: teníamos un espónsor, pero no se pudo cumplir la única condición que pedían.