Cagigal distinguía entre deporte espectáculo y deporte praxis. El primero es producto de la sociedad de desarrollo en la que vivimos, competitiva y jerarquizada. El segundo busca el objetivo de divertirse, proporcionar salud y educar en valores. Esa filosofía es la que sigue el Programa Judex, donde la competición es una herramienta con la que formar y educar a nuestros jóvenes para que adquieran valores tan importantes como respeto, trabajo en equipo, solidaridad, etcétera.

Esto, parece, no le ha quedado claro a algunos. No salgo de mi asombro e indignación cuando, un fin de semana tras otro, observo resultados de diferentes deportes con los que me cuestiono cómo se empezaron a corromper los valores que los JUDEX y el deporte de iniciación promueven. Pero más allá del resultado, lo que más me preocupa es el proceso mediante el cual se consiguieron. Y encuentro la explicación cuando leo en redes sociales las opiniones de tanto ‘entrenador’ que de repente ha surgido, con dudosa -o inexistente- formación, y que expresan barbaridades sobre lo que entienden por deporte de iniciación. Perdón, no saben distinguir ni comprender este concepto. Hablan simplemente de deporte. Y ojo, muchos (no todos) tienen un documento que les habilita para entrenar en estas categorías. Pero no se engañen. Estar habilitado no es sinónimo de capacitado. Me repugna leer frases como «así es la vida, tienen que aprender» o «no hay mayor respeto por el rival que dar el máximo siempre». Y bien a gusto que se quedan pensando, además, que tienen razón.

Nadie discute que los niños tienen que esforzarse siempre. Lo que no entienden esos ‘entrenadores’ es que hay dos tipos de competición. La que es contra el rival si éste es de tu nivel o, he aquí el quid de la cuestión, la que es contra uno mismo si el rival no lo es (bien porque sea mucho mejor que tú, bien porque suceda lo contrario). En ambos casos, si se orienta la competición por la primera vía, no les servirá de nada ni al ganador ni al perdedor. Porque en estas edades el resultado no es lo más importante.

El objetivo debe ser que los deportistas se formen y mejoren técnica y tácticamente en sus respectivas disciplinas para que puedan ser competentes en categorías superiores. En estos casos, un buen entrenador de formación debe marcar unos objetivos que les suponga un reto a los niños. Para, de esta forma, exigir el 100% siempre pero en torno a dichas pautas, evitando humillaciones que están totalmente fuera de lugar en esta etapa. Así los chicos se esforzarán por cumplir los objetivos, que les supondrán una dificultad mucho mayor que el mero hecho de ganar. Y posiblemente el resultado sea menos abultado pero aprendan más. Si un niño a estas edades vuelve a casa con un resultado tan adverso y con sensaciones negativas por cómo transcurrió el partido, hay una probabilidad bastante elevada de que abandone.

Si esto pasa, además de incumplir las bases Judex, habrá menos niños y equipos. Algo que no interesa a absolutamente nadie. Los que estamos formados y tenemos experiencia en iniciación ofrecemos soluciones y argumentos contrastados basados en el conocimiento y no en el populismo barato para que no se toleren tales comportamientos. Pero esto les parece una chorrada a todos esos irresponsables que actúan según principios inadmisibles. Y aquí tanto federaciones como clubs deben velar porque sus técnicos respeten los principios de un deporte de iniciación de calidad y formativo para todos, incluidos rivales.