«Esta es la F-1 que me gusta, que me apasiona, la F-1 de los duelos, de los choques sin mala intención, de los roces por ocupar el liderato, por adelantar, por ser mejor que el rival, por ganarle el sitio», dijo Lewis Hamilton, el emocionado ganador de ayer, tras chocar sus dos ruedas derechas con las dos ruedas izquierdas de Sebastian Vettel, cuando el tetracampeón alemán se incorporaba a la pista tras su segundo cambio de neumáticos. «La F-1 debe ser pelea rueda a rueda, ¡me encantan estas carreras! y no porque haya ganado, no», añadió el piloto británico.

Esta F-1 que quiere hacer llorar a los niños y tiene a los jóvenes pendientes del precio del bocata («la verdad, son demasiado caros», protestaba Àlex Salomó, tras disfrutar de un día soleado y apasionado de carreras en una de las pelouses del Circuit), se ha convertido en un duelo titánico entre dos marcas míticas como Mercedes y Ferrari. Detrás, todo un mundo, inmenso, enorme, pues el australiano Daniel Ricciardo (Red Bull-Renault) acabó a más de un minuto y el resto del mundo, todos, fueron doblados, hasta el cuarto, Sergio Pérez (Force India).