Sorprendía el inicio de Semana Santa con la remodelación del gobierno. Vaivén de ministros y ministras, de carteras y de secretarías de Estado.

En lo que al deporte le concierne, un ligero rumor de ministerio de deportes se había ido filtrando desde las altas esferas deportivas, con un compromiso, incluso, de Zapatero, con la intención de afrontar con más medios y mayor influencia política las reforma del deporte español que ha evolucionado en gran medida desde la aprobación de la Ley del deporte en vigor de 1990.

Ciertamente el horno, o sea, la economía, no está para bollos y finalmente se ha tomado el camino del medio sacando la Secretaría de Estado del Deporte, en la persona de Jaime Lissavetzky, del Ministerio de Educación, Política Social y Deporte, para depender directamente de la Presidencia del Gobierno. Saltándose el paso intermedio por la cabeza de dicho ministerio, con problemas más importantes en mente como la reforma de la educación superior española.

Creo que es una solución inteligente, aunque susceptible de crítica, como todo. Por un lado se cierran las puertas, por lo menos en esta legislatura, para la creación de dicho Ministerio de Deportes, pero funcionalmente, al depender la Secretaría de Estado de Deportes, directamente del Presidente del Gobierno, será como si existiera un Ministerio del Deporte en cuanto a las relaciones instituciones.

Al fin y al cabo es lo que el mundo del deporte necesita, más que un ministr o ministerio, con nombre y pompa, es un hilo directo ante los retos que se plantean para la legislatura, desde la puesta en marcha de la Ley de Protección de la Salud y Lucha contra el Dopaje, una revisión en profundidad de la ley orgánica del deporte de 1990, hasta un nuevo plan ADO que apoye el deporte de alto nivel.