La actriz Marilyn Monroe nunca logró un Oscar pero se convirtió en un mito, cautivando más allá del perímetro de las pantallas. Anna Kurnikova, que a sus 21 años nunca ha ganado un gran torneo y cuyas mejores estadísticas son 173 centímetros de altura, 55,5 kilos de peso y una talla 36, ha revolucionado el mundo del tenis femenino del último decenio sin importar los resultados, simplemente por su cara.

La pretty woman rusa, la princesa de la red, ha sido la mujer más fotografiada durante el 2002, lo que no es extraño porque hace tiempo que las cámaras siguen enfocándola fuera de las pistas para mantener a sus admiradores al día de su vida. Y tal logro no hace sino sumarse a otros méritos, como ser la jugadora que más dinero gana, la preferida de los patrocinadores y una de las reinas de internet (más de un millón de referencias), superando a toda suerte de celebridades y deportistas.

Tanto fascina que corren por la red más de 13.000 fotos suyas falsas que anuncian su imagen desnuda y hasta ha sido utilizado su nombre como cebo para un devastador virus informático; el grupo Binge ha hecho una canción sobre ella; People siempre la elige entre los más guapos del año; y los usuarios del portal Lycos llevan tres temporadas seguidas eligiéndola su deportista favorita.

FRUTO DE LA EVOLUCION

Los hombres se llevaban los méritos, atraían al público, copaban las retransmisiones y hasta lograban estatus de sex symbols sin demérito de sus aptitudes deportivas. El tenis femenino, en cambio, parecía de segunda división, incapaz de despertar gran afición. A partir de los años 70 se empezaron a apreciar cambios, en gran medida por la aparición de Chris Evert, perfecto equilibrio entre belleza y juego.

La revolución de las lolitas llegó con la suiza Martina Hingis, aunque fue Kurnikova, que transformó su infantil aspecto de Pipi Calzaslargas en rubísima diosa griega (o rusa) con raqueta, escultural, de físico y rostro perfectos, la que marcó las pautas. A ella no se la va a ver jugar, simplemente se la va a ver moverse en la pista con sus estudiados modelitos para resaltar el mejor cuerpo del circuito. Atrae a las masas y las cámaras la quieren. Y ello representa dinero.

A su estela, las pistas se han ido llenando de hermosas deportistas, a veces incluso con presencia clónica, con mejores recursos técnicos, pero ni los poderosos cuerpos de las hermanas Williams o el empuje de Daniela Hantuchova, Jelena Dokic, Elena Demetieva o Amanda Coetzer han podido hacerse con su trono.

En premios ingresará relativamente poco (3,5 millones de euros desde 1995), pero es la imagen de Adidas (3,3 millones de euros anuales), de los relojes Rolex (1,6 millones de euros por año), de Wrangler; ha anunciado ropa interior (el lema era ´en la pista lo único que debería moverse es la pelota´, y percibió 2,5 millones de euros por la campaña) y vende otros muchos productos. Tiene su propia tienda en internet, ha lanzado vídeos de ejercicios corporales y cada año publica su calendario. Son actividades que le permiten practicar como modelo, profesión a la que le gustaría dedicarse cuando decida arrojar la raqueta. Tiene la interpretación entre sus objetivos y ha hecho una breve aparición en Yo, yo mismo e Irene , junto a Jim Carrey, aunque se frustró la oportunidad de ser chica Bond.

EL HOMBRE IDEAL

La popularidad ha convertido a Kurnikova en reclamo para la prensa deportiva pero también en objetivo de la prensa rosa internacional, que en la ansiedad incluso se tragó un vídeo falso de la tenista en top-less.

A esta afrodita del tenis se le han adjudicado varios idilios. Aunque su tipo de hombre ideal es, según ha declarado, el actor Matt Damon, quizá por cierta nostalgia hacia la madre patria, Kurnikova estuvo muy unida desde los 15 años a su compatriota Sergei Fedorov (11 años mayor que ella), jugador profesional de hockey sobre hielo, con el que rompió y se reconcilió en varias ocasiones, llegando a difundirse que se habían casado en secreto en junio del 2001. Hasta aceptó un anillo de compromiso de Pavel Burel, eterno rival en el hielo de Fedorov, para volver enseguida con su primer amor en cuanto éste la cubrió de rosas.

Antes de que Fedorov y Burel se liasen a golpes de estic por ella, Kurnikova se dejó seducir por los cantos y la juvenil pijería de Enrique Iglesias, que, como ella, proclama a los cuatro vientos su virginidad entre reacciones de sorna e incredulidad. Fue premeditado: el cantante presionó todo y más para que la contratasen para un vídeo. Y la jugada le salió a Enrique, porque las tórridas escenas de ficción se trasladaron a la realidad y hasta saltó a la prensa un apasionado encuentro en una habitación de un hotel londinense, en el que un empleado tuvo que llamarles la atención ante las quejas de otros huéspedes por los gritos y gemidos. Desde entonces, son novios más o menos oficiales, acuden a actos públicos juntos y, aunque sea para guardar ciertas apariencias, son vecinos en Miami, casa junto a casa. Así pueden tener cierta intimidad y Kurnikova puede mantener un resquicio de su infancia llenando la casa con su colección de muñecas, porque sigue comprando una en cada ciudad que visita.