Confieso que apenas he dormido. Reconozco que me quedé colgado de la impronta de nuestro Rafael Nadal en el US Open 2017 y disfrutado de su juego, de su técnica, de su clase, de su nivel y de sus golpes absolutamente imposibles, que me hacían ponerme de pie y gritar, bajito y de madrugada, en el solitario salón de mi casa. Es el número uno del mundo, amigo, eso no se lo regalan a nadie. Ni a él, ni a Garbiñe…

Un doblete con dos tenistas españoles liderando las categorías femenina y masculina del tenis mundial es un sueño poco menos que inalcanzable. Como lo es lo de Mireia Belmonte, lo de Ruth Beitia y, coño (con perdón), mucho más lo de Ricardo Ten. Y lo de… (póngase lo que proceda).

Casi sin solución de continuidad, venía yo de la victoria en la final del Mundial de Hockey de España ante Portugal, comiendo de prestado, casi a escondidas, y delante de la televisión, para algún malhumor cercano, cuando apareció un majestuoso Alberto Contador y le puso la guinda a la tarde. Qué exhibición, qué poderío, qué capacidad sobrehumana… Qué pedazo de etapón nos tragamos el sábado con lo más vistoso y auténtico del ciclismo puro y duro. Desde mi particular punto de vista, no hay mejor manera de retirarse que como lo hizo el fin de semana el ciclista con raíces en nuestra Barcarrota, que no soy yo de los de forzar: es de Pinto y punto.

Eso sí, habrá quien piense que hubiese sido mejor si hubiese entrado al final en el podio. Claro, y si hubiese ganado la Vuelta ya haría sido la leche higienizada, uperisada, semi-desnatada y sin lactosa. A ver si va ser ahora una decepción tras lo que nos ha ofrecido y nos ha hecho disfrutar... Pero es que en este bendito país, o lo que va quedando de él, somos así. Jamás estamos satisfechos, nunca nos parece suficiente y siempre exigimos más y más sin valorar un ápice lo que tenemos. Y claro, se nos pasa lo de disfrutar el presente pensando en lo que podría ser un efímero y etéreo futuro que está por ver. Cuando estás fuera, a miles de kilómetros, lo aprecias mejor, será por la perspectiva.

En nuestra sociedad cainita, sí, cainita, muy cainita, no se tiene piedad (ni respeto) con el que es de la casa. Soy el director de comunicación de un entrenador español que triunfa fuera y al que se le niega permanentemente el pan y la sal en su país de origen. Igual porque tiene en su haber doce títulos y tres ascensos. Y así los luce el pelo.

A Rafa (Benítez), se lo aseguro, le perdió su madridismo en el Real Madrid. El haberse formado como persona, como futbolista y como entrenador en esa casa. Y ser tan del Madrid como el escudo. Como le pasó a Vicente Del Bosque, como a Iker Casillas, o a Fernando Hierro o a Raúl González Blanco… Pero eso no toca ahora. Lo del cainismo, lo del país condenadamente cainita, valga la redundancia y me quedo corto, sí que viene a cuento.

¿No era éste de la gesta del pasado sábado en el ‘Angliru’ el Alberto Contador al que enterramos en vida deportiva, porque estaba ‘acabado’ y no tenía ‘ni un pase más’ y ya ‘no vale ni para montar en triciclo’? ¿No es aquél el Rafa Nadal ‘herido de muerte’ en lo deportivo, de ‘trayectoria agotada’ y al que se le había acabado ‘su tenis, sus articulaciones no dan para más’? Pues menos mal que están muertos y enterrados, en el ámbito deportivo se entiende, porque si llegan a estar vivos y sobre la faz de la tierra, deportiva otra vez…

Qué ganas tengo de que a Fernando Alonso le den un motor algo más potente que el que tenía mi abuelo para regar la huerta, porque como piloto a mí me parece que no hay otro como él. Y me da la impresión de que aún va a callar algunas bocas. Tiempo al tiempo…

Y dicho lo anterior, me viene a la memoria una frase pintiparada de una obra de teatro, no exenta de polémica su procedencia, porque hay quien la atribuye al ‘Tenorio’ de Zorrilla y quien se la cuelga al ‘Burlador’ de Tirso, siendo en verdad, parece, que de Juan Ruiz de Alarcón y que dice: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Pues eso…, afortunadamente.