Un escueto comunicado puso ayer el punto y final a las nueve temporadas de Cristiano Ronaldo en el Madrid. «Atendiendo a la voluntad y petición expresadas por el jugador se ha acordado su traspaso a la Juventus», informó el club en su web. El luso jugará los próximos cuatro años en la Juventus, que pagará 112 millones. Cien millones en dos plazos de 50 y 12 más en concepto de «derechos de formación y mecanismos de solidaridad de la FIFA», tasa que se paga a los clubs que han formado al jugador entre los 12 y los 23 años -Sporting de Portugal y Manchester United-. En Turín cobrará 30 millones.

Por su parte, Cristiano se despidió de la que ha sido su afición durante casi una década con una carta, también publicada en la web del Madrid. «Creo que ha llegado el momento de abrir una nueva etapa en mi vida y por eso he pedido al club que acepte traspasarme. Lo siento así y pido a todos, y muy especialmente a nuestros seguidores, que por favor me comprendan», manifiesta en la misiva. «He reflexionado mucho y sé que ha llegado el momento de un nuevo ciclo. Me voy pero esta camiseta, este escudo y el Santiago Bernabéu los seguiré sintiendo siempre como algo mío esté donde esté», añadió.

Nada parecía indicar este abrupto final hace menos de dos años, cuando se anunciaba la renovación del delantero en un acto multitudinario y las relaciones entre presidente y jugador, siempre inestables, se encontraban en un buen momento. «No es mi último contrato, que quede claro. Quiero jugar hasta los 41 años», aseguraba entonces, henchido de emoción junto a Florentino Pérez. Unos meses más tarde, tras la consecución de la Champions en Cardiff, Cristiano pidió un aumento de salario. Quería alcanzar los 30 millones que jugadores que él consideraba inferiores a su nivel, como Neymar en el PSG, iban a percibir sobradamente. Pérez, según diversas informaciones, le prometió entonces revisar su contrato, cosa que no ocurrió.

El portugués, sintiéndose menospreciado y engañado, puso en marcha una maquinaria con un solo fin: presionar al club para conseguir ver aumentados sus emolumentos. No era solo una cuestión fiduciaria, era una cuestión de orgullo. Con la inestimable guía de su agente, Jorge Mendes, la maquinaria comenzó a dar frutos. La gota que colmó el vaso fue la falta de apoyo por parte del club ante la acusación de fraude fiscal que salió a la luz el pasado año -Cristiano terminó aceptando una multa de 18,8 millones y dos años de cárcel que no tiene que cumplir-. La comparación con Messi era evidente. El Barça apoyó sin miramientos a su jugador en una situación análoga. La tibia reacción del Madrid, que se limitó a dar su apoyo al jugador vía comunicado, enrabietó al jugador.

La final de Kiev supuso el preludio a la despedida. «Ha sido muy bonito jugar en el Madrid», dijo tras el partido. Aunque posteriormente matizara sus palabras, ya tenía decidida su marcha. El Madrid quería facilitar la salida si este era su deseo, pero Florentino no estaba dispuesto a que le impusieran los tiempos de la negociación. El presidente acabó claudicando. La decisión de Cristiano era firme y la ruptura, total. Ante la evidencia, el dirigente ha decidido minimizar riesgos, sabiendo que el valor de Cristiano -tiene 33 años- será cada vez menor.

En Turín, Cristiano llevará el número 7, un dorsal que en la última temporada pertenecía al colombiano Guillermo Cuadrado. La Juve anunció la llegada del portugués en su página web con una escrita «Cri7tiano», en la que el número 7 sustituye la letra S. El anuncio sugiere que el jugador llevará el dorsal con el que hizo historia primero en el Manchester United y luego en el Real Madrid, con el que conquistó cuatro Ligas de Campeones y otros tantos Balones de Oro.