«No me lo puedo creer, es una locura». Mirjana Lucic-Baroni estaba desbordada. No podía articular demasiadas palabras. Acababa de llegar a las semifinales del Abierto de Australia en un viaje vital espectacular. Con 34 años, y después de un duro pasado con su padre sometiéndola a malos tratos en su infancia, la tenista croata volvía a la élite mundial. Ganó a la checa Karolina Pliskova (6-4, 3-6, 6-4) y retornaba a unas semifinales, algo que no conseguía desde 1999 en Wimbledon, donde perdió con Steffi Graf.

Tras el último punto, Lucic se santiguó, abrazó a la checa y se puso a dar saltos de júbilo antes de romper a llorar. «Me he sentido con una paz extrema en el último juego», dijo la tenista croata. «Mirad mis piernas», dijo para recalcar cómo había llegado a las semifinales, con vendaje en el muslo y espinilla izquierda, con dolores en todo su cuerpo que le hicieron llamar al médico dos veces.

«Nunca soñé estar aquí de nuevo y nunca olvidaré este día. Esto hace que todo lo malo que he pasado en mi vida sea ahora bueno», recordó la tenista pensando quizá en su historia de abusos y malos tratos de su padre.