Hace meses que no se le ve en público. Desde febrero, concretamente. Pero Nelson Mandela, el hombre que encarna la resurrección de Suráfrica, no puede fallar hoy. Si dependiera de su familia, el símbolo que acabó con el apartheid no iría al Soccer Citty. Pero si depende de él, estará. Pese a sus 91 años, pese a su enfermedad, pese a que el frío del invierno africano puede dañar aún más su debilitada salud. Si el Mundial se juega desde hoy en el sur del continente negro es gracias a Mandela.

Recluído durante 27 años en una cárcel de Robben Island, Mandela busca huir esta tarde de su exclusiva mansión en la ciudad aunque solo sea durante un cuarto de hora. Llegar, pisar el césped, saludar a su gente y volver a casa. Si está cinco minutos, diez o un cuarto de hora, es lo de menos. Da igual que no vea el partido inaugural. Lo que importa es que el mundo quiere ver a Mandela. Y Mandela quiere ver al mundo.

PRESIONES AMISTOSAS Nada será igual si él no comparece. Si el héroe de la libertad admirado por el planeta no puede asistir a su última gran obra, comparable al impacto sociológico, cultural y deportivo que tuvo su implicación en el Mundial de rugby de 1995 conquistado por los springbooks de Suráfrica ante Nueva Zelanda, retrado en Invictus . En los últimos días, han llegado presiones amistosas a la familia de Mandela para que le dejen ir al estadio. No a ver el partido sino a saludar al mundo. Han procedido de todos los sectores. Tanto políticos como de la propia FIFA. "Deseo que el hombre más carismático del planeta, el más grande de los que hay vivos pueda ir", ha dicho Sepp Blatter, su presidente. Hasta el martes, esas presiones no quebraron la resistencia de la familia de Mandela, convencida de que no era razonable dejar a un anciano ver un simple partido de fútbol. Pero no es un simple partido de fútbol. Es mucho más. Es, tal vez, otro inicio de una nueva Suráfrica.

En los cinco años finales de su mandato (1994-1999) Mandela sentó las bases para convencer a la FIFA a través de sus contactos internacionales, quebrando incluso voluntades de otros países que parecían indestructibles. "Gracias a sus esfuerzos infatigables para la reconciliación y la construcción de esta nación, hemos podido hacer el Mundial", dijo Jacob Zuma, el presidente surafricano recordando los incontables viajes de Mandela por todo el planeta para persuadir de que el país podía asumir un desafío así.

Ya entonces ignoró los consejos de la familia y de los médicos. No le dejaban viajar y viajó. Y ahora tampoco debería ir al Soccer City, pero quiere ir. Al final, se sale siempre con la suya. El miércoles quería conocer a Cristiano Ronaldo y lo invitó a su casa de Johannesburgo. La estrella del Real Madrid estavo acompañado por Carlos Queiroz, el seleccionador luso.

Cuando la nación no ha superado las secuelas del apartheid, que arrastra desde hace 16 años, Mandela sabe que hoy tiene su último gran partido. Y una camiseta verde de los Bafana tiene en su casa desde hace una semana. Se la regaló el capitán Mokoena, el Pienaar del fútbol.