¿Cuántos fueron? ¿Cientos de miles? ¿Millones? En los años 50, 60 y 70, oleadas de extremeños salieron de sus ciudades y pueblos para no volver. No tenían cómo ganarse la vida y buscaron un futuro mejor muy lejos. La familia Flores también lo hizo desde Mérida, en 1955, con dirección a Cataluña. Uno de los cinco hijos de Lorenzo y Encarna era Manolo, que en una elipsis temporal de 60 años es ahora una respetadísima leyenda del baloncesto español (128 veces internacional y un mito del Barcelona) y extremeño. Sus años en banquillo del Cáceres CB (1993-97 y un breve y fallido regreso en el 2000) fueron los mejores del proyecto ACB del club.

Este jueves vuelve para recoger en la capital cacereña el Premio 'Extremadura del Deporte', el reconocimiento a toda una trayectoria dentro del contexto de los Premios Extremeños del Deporte. Lo hará con un orgullo que no le cabe en el pecho. "Es la primera reacción cuando se acuerdan de ti después de tanto tiempo. Es mi tierra, aunque haya estado alejado. Es una satisfacción muy grande que me servirá para reencontrarme con amigos de los de verdad", comenta, con un punto de emoción en su voz. Y eso que alguien de ese currículum debería estar de vuelta de estas cosas.

Pero no. Ahora es cuando le asaltan a la cabeza los años del éxodo laboral. Eran otros tiempos en los que volver al terruño no era tan sencillo. "Me fui de Mérida con cuatro años y la siguiente vez que estuve allí no fue hasta los once porque tuve una bronquitis asmática y me recomendaron un clima más seco. No me quedaba casi nadie porque mi familia emigró en bloque. Mis padres trabajaban mucho, pero siempre me explicaron dónde había crecido, todos sus rincones, que mi abuela tenía un puesto de chucherías...", cuenta Flores.

Y se convirtió en un referente en el basket español en los 70. "Jugué un partido amistoso en Cáceres con la selección creo que en 1973 y volví cabreado porque nadie dijo que yo era extremeño", lamenta.

Las cuentas se fueron ajustando en los 80. Angel Calle y Miguel Angel Cáceres le volvieron a acercar a Mérida con la organización de un torneo que llevaba su nombre. Y liderar aquel Cáceres de ACB estimuló el romance. "Fue una alegría. A mi padre le hubiese encantado presumir de su hijo en su tierra. Fueron los mejores años de mi vida como entrenador y eso que ganó la Recopa de 1985 con el Barcelona. Tenía muchas ganas de pelear. Solo tengo palabras de agradecimiento por todo aquello".

Recuerdos a flor de piel. El jueves será un día especial. Eso sí, el humor no lo pierde. "Lo único malo es que, cuando te dan un premio a la trayectoria, es que te quedan pocas cosas que hacer", dice entre risas.