Cuántas veces lo ha repetido José Miguel Echávarri. Y cuánta razón tiene: "El Tour no se gana en la primera semana, pero sí se puede perder". Maldito pavés (adoquines). Malditas ilusiones. Las de Iban Mayo, las del Euskaltel, las de un ciclismo español que ayer empujaba al vizcaíno, a su equipo, malherido, sin fuerzas, tocado y casi hundido, mientras iban cayendo los minutos, hasta cuatro cedió al final, mientras el vasco sufría con su cadera maltrecha los condenados rebotes del pavés, de adoquines que herían como agujas afiladas.

Se cayó Mayo. Sí. Se cayó. No fue una caída grave, sólo contusiones superficiales, pero le dolió en el alma, la misma que ayer, moralmente hundido, a los pocos minutos de acabar un día nefasto y para olvidar, le condujo a empezar a tirarlo todo por la borda: "Todo el año preparando el Tour y en un día así se te va todo al traste". Y lo dijo con cara de funeral, después de haberse dado una paliza de 70 kilómetros persiguiendo a Lance Armstrong, a Ullrich, a Hamilton, a Roberto Heras, a Basso, a Mancebo, a todos los buenos. Sólo le faltaba perseguirse a sí mismo. Y hoy aún puede ser peor en la contrarreloj por equipos.

ARMSTRONG, AL ATAQUE Ni tan siquiera se estampó en los pavés. Había dos tramos. No se han hecho los adoquines del norte de Francia, por donde sólo pasa el ganado, la París-Roubaix y cuatro alocados cicloturistas, para los chicarrones vascos. A ellos les va la montaña. Por esa razón, Mayo y el Euskaltel corrían tan nerviosos. Mucha tensión. Mucha presión. Faltaban cinco kilómetros para el primer tramo y el Euskaltel tiraba del pelotón, aunque la verdad, no se sabe bien para qué. Una cosa es evitar las caídas, colocarse delante, tratar de circular cerca de Armstrong, y otra muy distinta, era ponerse al frente del grupo y hacerse el valiente.

Y en esos nervios, en ese afán por buscar un hueco ante la cercanía del pavés, las ruedas de Mayo y el italiano Velo tropezaron entre sí. Al suelo. Golpe en la cadera, y entre que se levanta, arregla la bici, vuelve a subirse y coge el ritmo, el pelotón ya está a un minuto. "Sabíamos que se había caído Mayo. No es que nos gustase. Pero era un enemigo, por lo que Lance ordenó que tirásemos", confesó Chechu Rubiera, el ayudante de Armstrong, tras cruzar la línea de meta. Empezó allí el calvario del vasco.

El US Postal puso un ritmo infernal, todo el pelotón en fila india por el empedrado. Todos detrás de Ekimov y Armstrong. Cuando se acabaron los adoquines, el Phonak de Hamilton y el T-Mobile de Ullrich, sabedores del suplicio de Mayo, también fueron a por él. Peor imposible.

Nadie le esperó. Nadie se apiadó de Mayo. Armstrong fue el primero en tratar de enviarle al paredón. ¿Debió acordarse del gesto de Ullrich, cuando le esperó hace un año en Luz-Ardiden, tras estamparse contra el suelo? "El tiene un nombre. Y yo aún no me lo hecho. Por eso, le esperó Ullrich", admitió Mayo al final de la etapa.

La persecución fue desigual. En el segundo tramo de pavés, Mayo quedó sentenciado. Le cayeron 3,53 minutos y ya está a 4.07 de Armstrong. ¿Con qué contentarse? Pues con que estará menos vigilado en la montaña y podrá atacar desde donde le dé la gana. Pintan bastos. Pero queda todo el Tour. Y no todo está dicho. Así lo piensan en el Euskatel, haciendo acopio de optimismo de cara a las jornadas que restan. Y hoy, la contrarreloj por equipos, una durísima prueba para los españoles, y más en estas circunstancias tan negativas que han llegado.