Pocas veces un cambio de posición le ha venido tan bien a un jugador y a su club. Kelvin Peña, el Pollito del Cáceres 2016, llamó alarmado a su agente el día que se enteró que el club había fichado a otro base, Sam Jones. Pensó que le iban a echar del equipo, que por entonces llevaba seis derrotas seguidas. El promediaba apenas 10 puntos por partido y acumulaba más críticas que halagos en el Multiusos. Sin embargo, la llegada de Jones supuso su traslado al puesto de escolta y toda una liberación. Desde entonces, asegura 18 puntos por choque y se ha convertido en la estrella del equipo. La gente empieza a adorarle por su descaro en ataque, la misma característica que antes levantaba indignación.

Excepto el episodio de Jones, Peña, un tipo de no muchas palabras, se ha mantenido aparentemente tranquilo, aunque añora a su familia de la República Dominicana. La misma calma que mostró el domingo cuando mandó callar al público de Logroño tras un triple. El gesto, largamente abucheado, le costó ser sustituido por su entrenador, Manuel Hurtado, pero son ese tipo de señales que indican que un jugador se siente ganador.

Su aportación ha resultado clave para que su equipo pase de las últimas posiciones de la tabla a luchar con garantías para estar en los play offs de ascenso. Especialmente recordados serán los 18 puntos que logró en el último cuarto en Tarragona, pero no hay que quedarse solo con la cuestión anotadora. Su dura adaptación al baloncesto español ha dado como resultado que ahora hasta ayude en aspectos como el rebote. Incluso parece ser más generoso en pasar el balón que cuando era base.

Su equipo vive en estado de felicidad tras cinco victorias seguidas y hoy espera a su última pieza, el pívot griego Vasilis Kitsoulis, procedente de Salónica, que podría debutar el domingo ante el Akasvayu Vic.