Calienta el sol las llanuras de Provenza. Calienta tanto que los corredores deciden tomarse un día de descanso, quizá para contemplar el paisaje y escuchar las cigarras. Provenza no sería lo mismo en verano sin el canto de millones de estos insectos. Lo escucha Chris Froome, protegido por todos los suyos, con el Sky conduciendo a un pelotón que ha permitido por primera vez y a solo dos días de París la llegada a Salon de Provence de una escapada bidón. Gana el noruego Edvald Boasson Hagen, el mismo al que la foto-finish de forma discutible lo privó de una victoria ante el retirado Marcel Kittel.

«Había que estirar las piernas», dice Alberto Contador con ironía tras cruzar la meta. Ha sido un día de crema solar, una jornada para meditar, para calcular y para estipular que pasará hoy en Marsella, en una contrarreloj singular donde no parece que Froome vea peligrar la victoria en los Campos Elíseos, pero donde el podio puede dar un vuelco de posiciones y quizá -difícil pero no improbable- ver a Mikel Landa junto a su jefe para contemplar la fiesta parisina, el Arco del Triunfo a la espalda, y quién sabe si para darle vueltas a lo que habría ocurrido de correr en otro equipo. Nunca se sabrá.

Un minuto acompañado de 13 segundos no es nada. Es lo que Landa tendría que restar a Romain Barden, el más frágil de los tres eventuales ocupantes del podio.